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'Un mal producto puede tener éxito con un buen márketing detrás' (Nota Técnica)

"Los vestidos de Raúl del Pozo son a veces tan ligeros como el agua marina pulverizada contra las rocas de los acantilados. Están siempre en movimiento, como la flor que, despacio, se abre, y sus vestidos de noche tienen azules tornasolados, o grises brumosos y cenicientos como la sombra de la luna, o rojos o violetas o verdes irisados como las escamas de los peces con un raso que, al andar, suena como si se caminara por un prado, envolviendo a la mujer en el halo misterioso de su naturaleza femenina".(MÓNICA FERNÁNDEZ-ACEYTUNO, Columnista diario ABC)

EXPANSIÓN - M. FERNÁNDEZ / M. GIDRÓN (Madrid 24-10-07)

Ideólogo de la era contemporánea de la moda española y artífice de la movida madrileña desde su tienda de la calle Almirante, Jesús del Pozo ha logrado el patronaje más adecuado para un negocio que ha crecido bajo el modelo de una diversificación dosificada.

Calle Almirante, principios de los años setenta del siglo pasado. Nadie puede imaginar todavía que esta pequeña vía de Madrid, situada entre la Plaza de Colón y la Glorieta de Cibeles, se convertiría en la incubadora de la moda española en su era moderna y en protagonista artística de la movida madrileña de la década de los ochenta. En el diario personal de este rincón urbano, hay un protagonista destacado: Jesús del Pozo, madrileño de 60 años. "Hasta los 17 años, viví con mi familia en la calle Almirante. Mis padres tenían en ella dos cesterías y otra en Luchana", recuerda Del Pozo.

Aquella anecdótica circunstancia familiar determinó, sin pretenderlo, el protagonismo de la calle, en la que el diseñador abrió su primera tienda y que, en los años ochenta, acogió los establecimientos de los modistos más rompedores de la época. "Gracias a las tiendas de mi padre, que estaban cerca del Café Gijón y en una zona con galerías de arte, tuve contacto con muchos artistas e intelectuales, con gente de profesiones liberales, de los que algo se te va pegando", reconoce Del Pozo.

De niño, solía pararse, de regreso del Colegio de los Sagrados Corazones (situado en Claudio Coello), en Muebles Hache, "una de las primeras galerías de arte de Madrid que exponía obras de Tàpies. Me quedaba horas mirando sus cuadros".

Del Pozo apuntó maneras para el diseño desde pequeño. "Transformaba mis juguetes cambiándolos de color y deformándolos con escayola o plastilina. Me divertía. Tenía la suerte de vivir en una casa grande y de ser el menor de cinco hermanos, así que, en la casa de Almirante, tenía un cuarto-taller para hacer todos esos experimentos". Después, se animó a idear muebles de bambú en las tiendas familiares, hasta que llegaron los primeros diseños para sí mismo. "Empecé a hacerme ropa. Compraba las telas en tiendas antiguas, y antigüedades en El Rastro y las transformaba".

Por entonces, no podía imaginar que esos ensayos artísticos se convertirían en su futura profesión. "Cuando empecé, el diseño prácticamente no existía en España. Soy un autodidacta", resume Del Pozo, que añade: "Yo tengo prisa para todo, soy un inconformista; comprendo que cambiar la mentalidad de los demás es complicado".

De su primer desfile en noviembre de 1975, en la rompedora discoteca Cerebro en Madrid, a la presentación de la primera colección de hombre, en el salón masculino SEHM de París, este inconformista firma una trayectoria de más de treinta años, que ha dado lugar a un grupo con un diversificado negocio. Éste incluye desde ropa y gafas hasta perfumes, que se venden en 140 países (el último, J. del Pozo in White, se lanzó en 2007), mientras la firma tiene un contrato de comercialización de su ropa en Japón.

El diseñador, que rechazó una oferta de un grupo estadounidense en 1979 porque no quería abandonar España, ha optado por un modelo de negocio basado en la concesión de licencias. "Hubo un momento en que intenté montar talleres para fabricar, pero no me gustaba ser un industrial. Sabía diseñar, no ser empresario, y no quería ser fabricante. Decidí asociarme con licenciatarios, pero siempre controlo y reviso minuciosamente su trabajo".

Sus licencias

En 1987, Del Pozo firmó la primera licencia de ropa y, desde entonces, su empresa no fabrica, ni comercializa productos, sólo crea el diseño, el prototipo y el patrón. Bajo contratos a 15 ó 20 años, cuenta con cinco licencias (gafas, perfumes, prêt-à-porter, novias y complementos) y está negociando otras dos. En su opinión, "el fabricante tiene mayores márgenes, pero, si tuviera que fabricar, no podría diseñar. Es mi manera de diversificar el trabajo".

Del Pozo, cuyos referentes estéticos son Cristóbal Balenciaga y Christian Dior, encuentra un handicap en la moda española: "La falta de grandes proyectos empresariales y grupos financieros que respalden el trabajo de los diseñadores, al estilo de Italia, Francia y EEUU. Es un problema cultural. España se ha dedicado a copiar durante años y hemos tenido un tipo de industriales como tenderos de papel de estraza", afirma. Sin embargo, cree que esta mentalidad "está cambiando, porque las firmas españolas ya compiten con las grandes marcas mundiales".

El diseñador dice no ser un experto financiero, pero sí percibe que "los grupos de capital riesgo están más acostumbrados a trabajar con la moda que hace diez años".

En su opinión, "la moda española es mejor cada año". Sin embargo, lamenta que "el sector no crezca a la velocidad adecuada y no sepa vender la imagen de los productos nacionales en el exterior. España siempre se ha echado tierra sobre sí misma. En la moda, no reunimos la suficiente confianza para asumir riesgos que corren otros negocios, como la telefonía".

Marca global

Para Del Pozo, "los que apuestan por la moda lo hacen de forma pobre; compran marcas medio hundidas con una visión a corto plazo. Así no se puede crear una marca global", protesta el diseñador. Por eso, cree que "hoy es más fácil tener éxito con un mal producto, pero con un buen proyecto empresarial y de márketing detrás, que al contrario".

Impulsor del lanzamiento, en 1999, de la Asociación de Creadores de Moda de España (que presidió hasta 2002), Del Pozo mira con admiración a la nueva generación de diseñadores. Desde esta asociación, afirma que marcó "directrices para trabajar con rigor y no basar la Pasarela Cibeles en la frivolidad". Además, aprueba la decisión de consolidar Cibeles como el mayor certamen de la moda en España. "Tener dos pasarelas (una en Barcelona y otra en Madrid) era absurdo".

Los inicios empresariales del modisto transportan al extranjero. En 1972, tras estudiar arquitectura de interiores, se marchó a Colonia (Alemania), donde abrió una tienda de antigüedades españolas y diseño de muebles. "Colonia me abrió los ojos". Después, vivió en Londres, Estambul y Grecia. "En unas Navidades que fui a Madrid, me di cuenta de que quería vivir aquí, volver por la luz de esta ciudad, la gente y mi familia".

Eso también supuso, en octubre de 1974, el regreso a Almirante, donde su familia ya no vivía. Del Pozo eligió esta calle para abrir su primera tienda, dedicada a la moda de hombre. "Me puse a vender los diseños de camisas, corbatas y zapatos que yo llevaba. Era una época en que la ropa de hombre en España era muy aburrida".

Sin embargo, el diseñador no da importancia a la trascendencia que tuvo la elección de esa calle de Madrid para ubicar su local. "Tenía que poner la tienda en una zona frecuentada por gente especial y bohemia. Buscaba un caldo de cultivo propicio para que comprendieran mi trabajo. En la calle Serrano, no me hubiera entendido nadie. Puede que participara en la movida madrileña sin saberlo".

El modisto guarda un gran recuerdo de aquella época. "Los comienzos fueron duros, pero tremendamente satisfactorios. Conocí a gente que ahora sigue siendo cercana a mí. Recuerdo esos años con nostalgia; no tenía grandes responsabilidades. Comparado con la empresa que dirijo ahora, eso no era nada", apunta.

De la mudanza a la franquicia

En 1996, el creador trasladó su tienda de Almirante 28 al número 9 de la misma calle. Hoy, Jesús del Pozo mantiene este local y dos más en franquicia (en los centros Moda Shopping y Moraleja Green, en Madrid), además de los corners en El Corte Inglés y otras tiendas multimarca.

Por otra parte, en 1989, dejó de diseñar colecciones para hombre. Aunque afirma que le encantaría volver a producir ropa masculina si recibe una buena propuesta, opina que "hoy, la ropa de mujer es imprescindible; es la columna vertebral de todas las marcas".

Con más de treinta empleados, al margen de los licenciatarios, Del Pozo define su grupo como "un laboratorio de ideas, de I+D, una empresa viva y divertida, con un tremenda capacidad de gestión, con gente joven que tiene gran responsabilidad".
De cara al futuro, no descarta la entrada de un socio en la compañía. "Si me propusieran un proyecto empresarial potente, con capacidad para atender al mercado internacional, aceptaría. Eso no afectaría a los licenciatarios".

De momento, el modisto ultima un plan de expansión internacional de sus productos (que seguirán siendo fabricados en España), "con el apoyo de un socio industrial o financiero", aunque no desvela su identidad, ni su vinculación. "Es importante saber entrar en cada mercado con las herramientas adecuadas".

Una de sus principales obsesiones, aparte de la calidad del diseño y el estilo de sus prendas, es el sello Jesús del Pozo. "Quiero construir una marca que perdure en el tiempo. Durante años, he tratado de mantener el prestigio y el rigor de la enseña para que no se desvirtúe".

Su última colección para la primavera-verano 2008, presentada en Cibeles en septiembre, transmitió un aire nuevo. "Hay que estar en constante evolución, pero sin cambiar. La última colección es distinta; necesitaba refrescarse, sin perder el espíritu de la marca. Está adaptada a una mujer más joven y urbana", explica su creador. "Ha llegado el momento de poner la marca sobre la tierra y transmitir que mis prendas no son sólo para ocasiones especiales. Jesús del Pozo se ligaba a una mujer etérea e inalcanzable".

Su máximo hobby es "no hacer nada. En esos momentos para reflexionar, te surgen grandes ideas, aunque trato de que la inspiración me pille trabajando". En su tiempo libre, le gusta estar con su familia, la pintura, diseñar muebles (con sus dos sobrinos arquitectos) y viajar. "Mi último viaje fue a la Capadocia, en Turquía", recuerda Del Pozo, que resume desde su frágil y amable figura su filosofía de vida y trabajo. "Mi forma de trabajar es parecida a mi forma de relacionarme con mis amigos y mi familia: directa, sincera, sin artificios. No soy nada cerebral, soy visceral. Me muevo más por sentimientos que por la razón, que se la dejo a otras personas de mi equipo".

De las bambalinas a la escuela

En 2003, nació la Fundación Jesús del Pozo. "El Gobierno de Madrid me pidió crear una escuela de diseño. Además, serviría para dar continuidad a la empresa. Pero no tengo vocación docente. Ser diseñador es una profesión que no se puede enseñar, sólo aprender. Así que la manera más efectiva y didáctica es que me vean cómo trabajo", explica Jesús del Pozo.

La fundación funciona como una escuela, que concede becas para trabajar en Jesús del Pozo a 10 alumnos, procedentes de centros docentes de diseño, bellas artes, comunicación e, incluso, escuelas de negocios. "Me daba cierto pudor que me vieran trabajar, pero es un intercambio fantástico con los alumnos", señala.

El modisto es el ideólogo de los vestuarios de diferentes montajes de obras de teatro, ballet, cine y ópera de directores como Fernando Trueba, José Carlos Plaza y Bob Wilson. "Es difícil compaginarlo con las colecciones. Poder permitirte el lujo de diseñar el vestuario de una ópera, un ballet, una vajilla o, en el otro extremo, algo tan funcional como un uniforme, es un ejercicio mental magnífico para un diseñador".

 

Ref. KS-JFA-MAR-I-POS-0002-ART

 

 

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