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Casi una vida con el Cid - Artículo sobre cómo se gestó el libro de Eduardo Martínez Rico - Artículos más leídos 2015 - Noviembre

Miro la portada de la nueva edición de mi novela Cid Campeador (Imágica Histórica), y me pregunto cómo, en tan poco espacio, con tan pocos elementos, se puede sintetizar tanto de mi vida, tanta vida, y escrita, por mí, por mi libro, por la tradición cidiana.

Ya el propio libro es un pedazo de Historia, de algún modo, y un pedazo de historia personal por otro. Y en medio, mucha imaginación, porque la novela, muy documentada, no deja de ser una ficción sobre un personaje a medias histórico, a medias legendario: el Cid. Ramón Menéndez Pidal, en prodigioso libro, La España del Cid, escribió cientos de páginas, extraordinariamente trabajadas, para probar que el Cid existió, que fue un personaje realmente histórico, pero a este lector se le quedó la sensación de que no está tan clara esta historia. Es decir, yo no niego que el Cid existiera, pero también pienso que sabemos muy poco de él, y que fue un personaje que vive y cabalga en la literatura, que empezó a hacerlo muy pronto, necesariamente distorsionado. Por la leyenda, por la poesía, por el mito.

¿Cómo conocí al Cid? Lo he contado otras veces, lo he contado incluso en el propio libro, al final, en la “nota” que escribo precisamente sobre la historia personal de la novela, algo que continúo y profundizo en este artículo. Conocí al Cid gracias a la magnífica serie de dibujos animados Ruy, pequeño Cid, que me encantó y que hizo que ya no pudiera separarme del personaje, aparte de incluirlo, entonces, en mi repertorio de juegos. Con el tiempo aprendí que el personaje del Cid no era exactamente el de la serie, pero también aprendí que, dicho personaje, como buen sujeto legendario y mítico, admitía muchas interpretaciones y reformulaciones, entre ellas, la mía, con el correr del tiempo, y de la escritura.

Otro hito en mi peripecia cidiana es un viaje a Andalucía que hice con mis compañeros de colegio (el Colegio San Pablo C.E.U. de Montepríncipe) a Andalucía, viaje de fin de etapa, pues terminábamos 8º de EGB y con él la propia E.G.B. Lo pasé muy bien en ese viaje y entre los lugares que visitamos estuvo Cádiz. Recuerdo el sol de esta ciudad –primavera-, la cercanía del  mar, la alegría de sus calles. Me acuerdo de entrar en una librería y comprar una edición del Cantar de mío Cid, que todavía conservo y que he leído varias veces. Debía de tener unos trece años.

Con la historia del Cid iba de descubrimiento en descubrimiento, y ya entonces me di cuenta de que no era tan fácil. Aquel libro que había comprado era muy complicado de leer, y necesité estudiar toda una carrera, Filología Hispánica, para comprenderlo. No voy a mentir: no estudié esta carrera para poder leer el Cantar de Mío Cid, lo que habría quedado aquí muy hermoso, aunque falso. Estudié Filología porque sentía la vocación literaria, porque quería ser escritor, pero sé que esta vocación, y estos estudios, como todo en la vida, implican muchas cosas, y que unos caminos llevan a otros, unos caminos confluyen en otros, caminan juntos o se bifurcan, como sabía Borges y con él sus lectores.

En primero de carrera tuve un profesor estupendo, Amancio Labandeira, que me enseñó Literatura Medieval. A mí me gustaba ir a su despacho a hablar, los jueves y viernes, si no recuerdo mal, que es cuando tenía tutoría. En una de esas tutorías me dijo que yo tenía que escribir una novela sobre el Cid. Y lo dijo con tal claridad y convicción que le creí, y me quedé con ese proyecto en la mente, ya creciendo, sin que yo me diera cuenta, como el grano de mostaza del que habla el Evangelio. Recuerdo que ese mismo año mi amiga y compañera Elena Prado Mas me regaló, un día que fuimos a la Casa del Libro de la Gran Vía de Madrid, hace tal vez demasiados años, El Cid Campeador, un librito de Menéndez Pidal sobre el Cid en Austral, que no dejaba de ser un aperitivo de su magna obra, La España del Cid. También el Cantar de mío Cid que compré en Cádiz era de Austral, una colección a la que tengo un gran cariño, pues siempre hubo “australes” en mi casa.

Con el tiempo el profesor Amancio Labandeira me dirigiría a la gran obra de Menéndez Pidal, La España del Cid, incluso animándome a que sólo leyera este libro –sobre el Cid-, para documentarme, por considerarlo el mejor, pero lo cierto es que yo no pude evitar leer muchos más. El Cid se estaba convirtiendo para mí en una pasión vital, no sólo literaria, y gracias a que leí tanto sobre él pude escribir, aparte de mi novela, muchos artículos para periódicos y revistas, también para una revista académica, Dicenda, de la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad en la que estudié. También di algunas clases sobre el Cantar.

Cid Campeador fue una novela que también asocio a Alberto Vázquez-Figueroa, uno de mis maestros. Fueron fundamentales los consejos que me dio para que yo llevara a buen puerto mi proyecto –una novela es un proyecto de envergadura-, la energía que me dio, el impulso. Recuerdo que Umbral hablaba de Cela como su profesor de energía. Vázquez-Figueroa ha sido mi profesor de energía, como un gran entrenador.

Como ven los lectores no estamos ante un libro normal –la verdad es que para mí todos mis libros son especiales-, sino ante una novela que recorre casi toda mi vida y la historia de mi vocación. Fue publicado en 2008, y empezado bastantes años antes, ya no recuerdo cuándo exactamente, con varias fases de elaboración, con paradas y vueltas al texto. Ahora sale de nuevo, revisado y bastante aumentado, unas veinte páginas. Los libros están vivos, crecen, como nosotros, en todos los sentidos: de algún modo nosotros somos ellos y ellos son nosotros. Yo los comparo a los árboles, quizá a los bonsáis, pero en realidad forman parte de nosotros mismos, sus autores y lectores, viven dentro de nosotros y luego fuera, pero sin abandonarnos. ¿Una extensión de nuestro espíritu, de nuestra persona? Seguramente.

Con los libros que leemos sucede un fenómeno parecido. Nosotros los leemos y los escribimos, pero ellos también nos leen y nos escriben. Me emociono al hojear esta novela, abrirla, pasear sus páginas, y ver en ellas, como al trasluz, mis viajes a Burgos, a Asturias, a Oña, donde yace Sancho el Fuerte… el rey que más amó al Cid. Ese viaje lo hice con mi padre, un viaje que nunca olvidaré. Tantas vivencias. O recordar todo lo que investigué para escribir el libro, las largas sesiones de escritura –nunca he vuelto a escribir de ese modo, tanta horas, tanta intensidad-, la sensación de estar haciendo algo importante, importante para mí. Durante esos viajes me sentí muy escritor, tomando mis notas, y sintiéndome también como Indiana Jones, pues eso es lo que me parece la escritura de una novela histórica, una aventura arqueológica, trepidante, apasionante.

Cid Campeador cuenta toda la vida de Rodrigo Díaz de Vivar mediante flash-backs a partir de la segunda toma de Valencia. Cuenta la historia del Cid, su vida, pero también la época, ese siglo XI apasionante con sus grandes protagonistas. Y lo hace también a través de la peripecia de una joya maravillosa que existió realmente, un ceñidor de caderas que perteneció a una muy antigua sultana de Bagdad, Zobeida. Todo se entrelaza en Cid Campeador, con ambición literaria, para qué lo voy a negar.

Creo que a esta novela le queda aún mucho camino por recorrer. Ojalá que gracias a Know Square encuentre nuevos amigos, muchos lectores que cabalguen con ella, como yo lo hice cuando la escribí, como lo sigo haciendo. Pero yo sé también que ella camina sola, más allá de mí mismo, y eso es muy realizador.

 

Portada del libro

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