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¿Dónde se encuentra la sabiduría? (Reseña de libro de Harold Bloom)

Harold Bloom. Traducción de Damián Alou. Santillana Ediciones Generales, S.L. El título es atractivo y su autor tiene un prestigio que impone, pero dudo de servir aquí a los miembros de Know Square. Las formas de sabiduría perseguidas por el autor quizá no sean las apropiadas para quien busca orientación mientras en su vida jueguen un papel importante la acción y la decisión. El propósito del que nace el libro es buscar “una sagacidad que pudiera consolarme y mitigar los traumas causados por el envejecimiento…”. Consuelo y mitigación no es poco, pero orilla otras sabidurías. Además el autor es un profundo conocedor de letras, y es en el ámbito de las letras donde busca. Música, artes plásticas, ciencia quedan a la espera de otros. Ud. verá, querido amigo, si le puede servir de algo este comentario. Para mí ha sido un placer acompañar al que sabe de lo que está hablando, lo cultiva y lo ama. Pero ese es Harold Bloom, no yo.

Job y el Eclesiastés

Yahvé luce las cualidades de su siervo Job ante el Satán, que se ha dado una vuelta por la tierra. El Satán redarguye: si no le favorecieras tanto sería como los demás. Para probar su tesis, Yahvé pone en manos del Satán todos los bienes de Job, menos la vida. Ahí empiezan los males de Job y toda la sabiduría del Libro. Sabiduría y males se asocian desde los primeros textos.

No le parece a Bloom que el autor del Libro de Job fuera devoto. Su sabiduría le parece perversa. Cuando, al final, Yahvé habla con Job le recuerda con sarcasmo su pequeñez frente a Su creación, anticipando que no podrá conocer muchos misterios de la naturaleza y que no podrá nada frente a Behemot y a Leviatán, el elefante y la ballena terribles.

Este Yahvé no se justifica ni razona, simplemente ejerce su poder. Hay una sabiduría que desprende el Libro de Job: Teme al Dios poderoso. Teme al poderoso.

No le gusta esta sabiduría a Bloom, que prefiere con mucho el Eclesiastés. Sin embargo, Bloom no menciona que alguno de los retos que plantea Yahvé a Job suenan hoy diferentes: 38.32."¿Eres tú, acaso, quien hace aparecer a su tiempo el lucero de la mañana…?. La respuesta a ese reto no ha cambiado, pero el siguiente: 38.33."¿Entiendes tú el orden o movimiento de los cielos, y podrás dar la razón de su influjo sobre la tierra?" No lo vemos hoy tan inabordable contando con una sabiduría que Bloom no identifica, la de la ciencia.

En sus referencias al Eclesiastés (Bloom prefiere el nombre hebreo de Cohélet) se queda prendido en la belleza de tantos de sus parajes, que extiende también a otros Libros Sagrados.

Me cuesta conformarme con el destilado de sabiduría de las observaciones de Bloom, que no mejora si uno repasa directamente el bellísimo texto comentado. La contradicción de quien busca -Cohélet- está aquí clara pero no resuelta. El sabio no pugna por resolver las inconsistencias que encuentra, y luce sólo una aceptación que -creo- no es completa porque aparece envuelta en el dolor -melancolía- de que nuestra situación sea mala frente a otra situación que tuviera en su cabeza -nostalgia- como si pensara Cohélet que las cosas pudieron ser y hacerse de otro modo, de haber querido Yahvé.

Dice Bloom que sus recientes problemas de salud le hicieron releer a Cohélet con más matices. Cree que algunos versículos -los que señalan la vanidad de toda acción y valor humanos- merecen repetirse hasta saberlos de memoria.

Traza su relación con las figuras de El Rey Lear y Hamlet, e incluso con el propio Shakespeare, y concluye en que ésta es la sabiduría de la aniquilación, que ha sobrevivido. Me duele aceptar el título de sabiduría para esta sabiduría.

La disputa de Platón con Homero

Platón quiso desterrar a Homero como maestro de los griegos. Percibió su supremacía estética, pero Sócrates le pareció mejor guía para la sabiduría. Sin embargo, a Bloom, que se declara reacio a la filosofía, le parece discutible que haya menos verdad en La Iliada que en los discursos del Sócrates de Platón.

A Bloom le irrita la ideología que respalda hoy a los "comisarios del resentimiento" que pueblan las universidades norteamericanas, y ve en La República de Platón el origen de aquella ideología.

En este capítulo presenta la lucha entre filosofía (Platón, pero también Hume y Wittgenstein) y poesía (Homero, y sobre todo Shakespeare). Presenta Bloom la deformación que hace Platón de Homero en su intento de devaluar la poesía, sin conseguirlo. Y dice que, salvo que tuvieran éxito los estúpidos intentos de aquellos "comisarios del resentimiento" que orientan la política cultural, sigue siendo incontestable la superioridad de la poesía, incluso cuando se trata de encontrar sabiduría.

No le gusta la filosofía, se evoca frente al riesgo reciente de su muerte y dice que nunca hubiera buscado consuelo en un buen razonamiento, mientras que buscaba y disfrutaba un buen poema.

Sabiduría como consuelo en el dolor es lo que destaca particularmente en este capítulo. Quizá nada pueda superar el valor de lo que consuela. Ni siquiera se acerca a ello la búsqueda e incluso el hallazgo de la verdad.

Pero buscaba yo otra clase de sabiduría, aquella que se esfuerza en conseguir verdades. Se ve que tengo una predisposición hacia el progreso y me parece que la poesía es un terreno poco fértil para ello, que su capacidad de entregarnos valor hace ya mucho que está cumplida, perfecta, mientras que las verdades siguen exigiendo y justificando todo el esfuerzo creador del que podamos disponer. Claro que tendríamos que comenzar por ponernos de acuerdo con los poetas sobre lo que sea la verdad para cada uno.

Bloom reconoce la influencia de Platón en la conformación del pensamiento ulterior, hasta nuestros días. Esa trascendencia, ese servir de base para algo que se crea después no puede reconocerlo en La Iliada, que sigue siendo tan magnífica como cuando se creó, y tan igual y tan única y tan recomendable su lectura. A pesar de su preferencia, Bloom llega a preguntarse hasta qué punto la espiritualidad de La Iliada es aceptable para nosotros.
Pero no le gusta Platón ni su actitud ni su aporte, salvo en cuanto tienen de poéticos, ni le gustan muchos de los productos elaborados con el platonismo como base.

Cervantes y Shakespeare

Nada tienen en común el Cervantes y el Shakespeare que reúne Bloom en este capítulo, salvo su coincidencia en el tiempo y su inmensa talla literaria frente a todo lo que vino luego. Pasa Bloom de puntillas por los perfiles de ambos para centrarse en los de sus criaturas.

Y en sus criaturas no he visto la sabiduría que esperaba. Son muy inteligentes, o muy astutos, o muy ambiciosos, o muy ingenuos, o muy nobles. A alguno, como al Rey Lear, le presenta como sabio, pero tanto a él como a Don Quijote y a Sancho, que podrían ser sabios, no les sirve su sabiduría. ¿Cómo puede servirme a mí?

Sin duda quise ver en el libro una correspondencia más directa con la pregunta del título, pero Bloom me conduce ya a su terreno, el de la crítica literaria, que para mí es un oficio ajeno tan bueno o mejor que el mío propio, pero un oficio. Creo que se puede tocar a la sabiduría desde el dominio de un oficio, y aquí lo hace Bloom y trae testimonio de otros que lo hicieron también. Puedo aceptar incluso que sea la forma más fecunda de llegar a la sabiduría, pero mientras sea necesario pertenecer al oficio de origen para alcanzarla no está madura para todos, no es sabiduría compartible, universal. Hubiera preferido que la sabiduría que se ofrezca a todos estuviera libre ya de ataduras a un oficio, ni siquiera al oficio de amante de la sabiduría, al de filósofo. Ello no resta un átomo de interés a este capítulo, tan penetrantes son las observaciones sobre los dos autores o, mejor, sobre sus personajes.

Dice Bloom que Don Quijote y Hamlet comparten la búsqueda de algo, cada uno lo suyo, pero que no saben qué. Sin embargo resultan muy interesantes algunas conjeturas que trae a colación Bloom relativas a Don Quijote. En un extremo Kafka diciendo que el Caballero es el genio o el demonio de Sancho, en el que proyecta todo lo que se lo ocurre o le tienta, y le encarga de hacer lo que él mismo no puede hacer. Pero lo que percibo yo en "La verdad sobre Sancho Panza" de Kafka es una ironía malévola que se refiere inequívocamente al autor, Cervantes, a quien impone el nombre de Sancho. Maravillosa interpretación, dice Bloom, y pudiera suscribirlo si no me resultara un tufillo a boutade de escaso vuelo que hubiera agregado Kafka a su genial idea.

Estoy seguro de que ve Bloom cómo muchos podrían encargar al Caballero que se embarcara en cumplir sus imaginaciones irrealizables, desde luego Cervantes, pero también sus lectores y muchos personajes literarios. Pero no Sancho Panza, que ni quiere ni llega a conocer lo que pretende el Caballero, y Kafka no puede ignorarlo. O prefirió el brillo de lo chocante en su comentario o no supo resistir la tentación de rebajar a Cervantes, pero veo la de Kafka como una interpretación sabia echada a perder por un ingrediente averiado. Se me estropea la sabiduría en este punto. ¿Será sólo mi falta de oficio?

En otro extremo, Unamuno identifica la gloria que persigue el Caballero con la fama literaria, y eso parece acomodarse perfectamente al sentir de los personajes y también de su autor. Se pone de manifiesto en la segunda parte, en que los personajes disfrutan con el hecho de que su historia, contada en la primera parte, es conocida en su mundo, les ha hecho famosos, y es tan celebrada que surge el intento de robarla por Avellaneda.

Esta implicación de la historia imaginada en la "realidad" posterior de los personajes fascina a Bloom con todo fundamento, y me fascina también. Es la inteligencia de Unamuno y la del propio Bloom que lo trae a colación lo que admiro aquí, es la sabiduría de Cervantes la que me ponen delante de la nariz. Es un saber que nace del oficio de escritor y probablemente quiere aplicarse ahí, pero pudiera haberse repetido en Las Meninas, con Velázquez pintándose mientras se pinta con los demás, o en las manos de Escher mientras se dibujan a sí mismas, o en los fractales, o en los intentos de Gödel de cerrar un sistema matemático completo en sí mismo. Es muy sugerente, y me abre muchas más ganas de saber que las que me satisface.

Nos presenta Bloom a un Shakespeare sin orígenes ni antecedentes que le expliquen, que desborda toda clasificación. En defecto del propio Shakespeare hay que dirigirse a sus personajes.

Hamlet, Lear, los Macbeth, Falstaff son estudiados e interpretados, destilando de cada uno un saber profundo sobre su personalidad, aplicable a muchos de nosotros. Hay sabiduría en quien los creó y la hay también en muchos de quienes los estudiaron. Un paso más allá, identifica Bloom como rasgo común en las creaciones de Shakespeare la voluntad individual como el principio absoluto a la hora de orientar a sus personajes, como si se hubiera producido una transferencia de la libertad de Dios a los hombres que ya no pueden tomar como referencia Su voluntad. No hay un Dios ni un Destino que sea impuesto a sus personajes trágicos, pero éstos no saben manejar ni pueden soportar la propia libertad que resulta de aquella transferencia.

Sugiere Bloom que de aquella idea del alejamiento de Dios deriva todo lo que el nihilismo produjo desde entonces, hasta culminar en el "Dios ha muerto" de Nietzsche. A partir de ese alejamiento, sólo la voluntad humana puede asumir el papel normativo que correspondiera a Dios.

Se abre un mundo de consecuencias en todos los terrenos, y en particular en nuestros sistemas de convivencia política, alguno de los cuales, con sólidos fundamentos en el sustrato de las ideas, produjo efectos aterradores no hace mucho. Bloom no se refiere directamente a ello, pero es claro que una democracia como la nuestra, que se quiere laica, es un magnífico ejemplo del valor normativo absoluto que hemos venido a conceder a nuestra voluntad. Sólo nuestra voluntad política está legitimada para decir lo que debe hacerse y lo que no, al margen de Dios. Y hasta aquí nos ha traído lo que sabemos en este terreno, pero ¿no está pidiendo eso a gritos buscar más, llegar o otra sabiduría?

Comentarios finales

Lo que encontré en este libro no es tanto la sabiduría como la hubiera querido para ofrecérsela a los amigos de Know Square. Ha sido placer, pero ese placer no puedo trasladarlo a los demás, cosa que uno espera tanto de la sabiduría como del dinero. La única recomendación que se me ocurre es que, si alguien quiere disfrutar, lea este libro y, mejor aún, alguno de los textos originales que en este libro se mencionan. Son valiosos. Están impregnados de inteligencia.

Pero disfrutar tiene mucho de personal y depende mucho del momento de cada uno, y no me atrevo a recomendar este disfrute a nadie. Sólo si Ud. quiere y está en el momento propicio.

Hay una segunda parte en este libro que pretende mostrar cómo las grandes ideas acaban aconteciendo, haciéndose realidades. Fiel a su método, Bloom convoca a escritores más modernos, desde Montaigne a Proust. La selección me parece admirable, aunque tengo grandes carencias sobre escritores como Emerson o Samuel Johnson y posiblemente por ello hubiera preferido más de otros. Pero me parece ya una demasía la extensión, el tema y mi atrevimiento con este comentario, que invade el oficio de otros. En este último aspecto me anima, sin embargo, contar con que quien escribe un libro como éste escribe también para mí, y se expone a que mi lectura cuente también, por poco profesional que sea.

 

Adjunto
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