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La traición de los técnicos (Nota Técnica)

Ahí los tenéis, reconocidos por todos, satisfechos de notas y memoranda sobre su mesa, siempre atiborrada de papeles. Apenas asoman su rostro entre tan enorme montaña de cifras y cronogramas. No se entiende bien si toda esa puesta en escena sirve para impresionar subliminalmente al interlocutor de turno, o si es el sincero resultado de toda una vida dedicada a la rapiña de datos. Cualquiera sabe.

Cuenta el historiador John H. Elliot en "Richelieu y Olivares" que el futuro Felipe IV, en su etapa de heredero, se metió en la cabeza que cuando llegase al Trono español, tomaría como modelo no a su padre, el indolente Felipe III, sino a su abuelo, Felipe II: "el epítome de un rey trabajador". Muchos directivos equiparan la función empresarial con el encierro en los despachos absortos durante catorce o más horas. Esa es, en su opinión, la razón de ser de su empleo, alejados de los cambios de tendencia; separados de las señales de la competencia, de la demanda de sus clientes o de la inquietud de los colaboradores. Quizá añoran, de modo consciente o no, los tiempos gloriosos del Gran Hombre de El Escorial: el monopolio en la toma de decisiones, enfurruñándose con un traicionero reloj de arena.

Esa característica letra pequeña y picuda en sus escritos denota en estos artesanos de la burocracia una obstinación que triunfó hace mucho tiempo sobre la espontaneidad. Lleva demasiado esfuerzo escribir de aquella manera. Lo tienen todo calculado: cuándo debe entregárseles el reporte de seguimiento, se tenga información precisa o no; cuándo es el momento culmen para hablar con ellos, en el que ellos brindan graciosamente su inestimable presencia; qué tienen previsto hacer en los próximos siete días o siete meses, vale igual, para sus productos, su personal y su negocio. Omnisciencia elevada al cubo.

En ocasiones excepcionales, estos monarcas del procedimiento tienen también una hora débil y abren un armario atiborrado de proyectos caídos en desgracia, planificaciones imposibles de cumplir, calendarios para otro planeta. Todo ese mobiliario al servicio de la causa oficinesca es un auténtico Monumento al Coste de Oportunidad Desconocido. Pero ellos, los morosos del time-table, no se arredran y perseveran, salvo sorpresas, en el puro trámite. " La elección del momento -escribió Jean de Silhon en Le ministre d’ etat de 1631- es quizás el mayor secreto en el manejo de los asunto públicos y el medio más potente de conseguir el éxito", señala Elliot en la obra citada. Lo importante no es solamente utilizar el tiempo sino saber, en definitiva, escogerlo.

En Olivares, según Elliot, la visión a largo plazo se veía acompañada por la peligrosa tendencia a creer que el tiempo estaba siempre de su parte. Frente a Richelieu, el conde-duque español daba la impresión de ser un hombre al que le costaba trabajo actuar.

En el momento crítico, a los jefes impregnados de rutina les cuesta también un soberano esfuerzo intervenir: anteponen su engolosinamiento a las realidades, y fatalmente se les escapan mercados, ideas y ventas. Si usted posee un cierto afán emprendedor, sea trabajando por cuenta ajena o propia, desaparezca de la vista de todos estos emperadores del detalle, porque no tiene nada que hacer. No puede desear, por tanto, que la pirámide jerárquica sea además su catafalco profesional.

¿Estos puros administradores de la rutina pueden catalogarse, en su más alta función como directivos empresariales; o dicho de otro modo, puede confiarse en ellos como emprendedores en busca del éxito, en el clima de depresión que nos atenaza? ¿Qué son y qué representan hoy, en definitiva, los gestores del capitalismo occidental?

Claude Bébéar, fundador de AXA Seguros y prestigioso líder de negocios francés, analizó hace algunos años en un interesante libro-entrevista junto al escritor Philippe Manière ("Acabarán con el capitalismo", Paidós, 2004) la caja negra de la empresa y lo que descubrió no le gustaba en absoluto. Sus palabras gozan hoy de palpitante actualidad. Añadiendo un símil aeronáutico a esa frecuente imagen de la black-box, Bébéar identificaba en el manager contemporáneo la confusa voz de un piloto que no interpreta adecuadamente los contradictorios mensajes que recibe desde distintos lugares –accionistas, clientes, proveedores- y que le impide en gran medida dirigir la nave de su empresa a un buen destino.

El autor ponía a su vez en solfa la actuación de los múltiples participantes que rodean las corporaciones. Bébéar criticaba el cortoplacismo de los analistas financieros incapaces de valorar los bienes intangibles de la empresa y consideraba el ROE (return on equity) un simple fetiche. Según él, las agencias de calificación desempeñan objetivos próximos a la coacción. Detectaba, a su parecer, que los auditores no comprueban verazmente las cuentas, sino más bien la oportunidad de girar interminables facturas contra el cliente; observaba que los bancos de inversión tiran muy alegremente de la chequera de sus aconsejados y que, por el contrario, los abogados de empresa, demasiado conservadores, oxidaban el dinamismo inherente de la actividad comercial. También el antiguo patrón de AXA criticaba con dureza en aquel momento, 2004, la situación del mercado de acciones; no le convencía en absoluto la excesiva gestión matemática de los valores ni el reino distorsionado de los hedge-funds sobre el precio real de las sociedades. ¿A qué nos suena?

Claude Bébéar asimismo no dudaba en señalar claramente quiénes son los verdaderos responsables de esta desconfiada situación, a los que incluso llegó a tildar de saboteadores del capitalismo: los presidentes y los administradores de las empresas. Una mezcla de abdicación de responsabilidades y de arrogancia fatal lo ha hecho posible. En definitiva, los directivos no son verdaderos emprendedores. Se asemejan incluso a aquellos políticos que atacan el capitalismo no comprendiéndolo. Bébéar apelaba siempre a criterios de empresarialidad para solucionar problemas y rechazó cualquier exceso en la reglamentación. Si acaso, recomienda que las juntas generales de accionistas designen a los auditores o que los profesionales impulsen iniciativas en comisiones de consulta al estilo de los panels angloamericanos. Le dejaban frío los consejeros independientes y animaba a que los pequeños accionistas pusiesen a raya el cinismo de la alta dirección.

Estas reflexiones del ex–jefe de AXA aúnan, paradójicamente, ciertas teorías enfrentadas entre sí, como son la tecnoestructura de John Galbraith y la teoría de la perspicacia empresarial de Israel Kirzner; pero esa mezcolanza es fértil y da juego; y, por supuesto, recuerdan con claridad la teoría de la agencia de Jensen y Meckling. Parafraseando la célebre obra de otro ilustre intelectual francés, Julien Benda (1927, Le trahison des clercs; La traición de los clérigos) también parece existir otra conjura de los necios que le hace ayer y hoy el caldo gordo a la antiglobalización y a los enemigos del mercado.

Adjunto
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