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¿Organizaremos los JJOO Madrid 2016? (Nota Técnica)

No dudo de los enormes esfuerzos que el equipo de Madrid 2016, apoyado por el Ayuntamiento, está haciendo para conseguir traer por fin los Juegos Olímpicos a la capital. El sueño de Gallardón sin embargo puede volver a quedarse a las puertas de materializarse y, como en el caso anterior, no por razones técnicas sino políticas, a un nivel superior al que pueda gestionar el alcalde de Madrid. En las próximas líneas queremos hacer un análisis de algunos de los retos y desafíos a los que se enfrenta...

No dudo de los enormes esfuerzos que el equipo de Madrid 2016, apoyado por el Ayuntamiento, está haciendo para conseguir traer por fin los Juegos Olímpicos a la capital. El sueño de Gallardón sin embargo puede volver a quedarse a las puertas de materializarse y, como en el caso anterior, no por razones técnicas sino políticas, a un nivel superior al que pueda gestionar el alcalde de Madrid. En las próximas líneas queremos hacer un análisis de algunos de los retos y desafíos a los que se enfrenta el proyecto y que deseamos que Madrid 2016 consiga superar.

¿Cómo se gana una ciudad el derecho a organizar unos Juegos Olímpicos? Desde luego no se gana solamente presentando el mejor proyecto técnico y organizativo (eso se da por sentado; todas las ciudades que pasan el primer corte son técnicamente capaces de organizar unos excelentes JJOO), sino que hay otros elementos mucho menos explícitos que son los que a la postre hacen inclinar la balanza.

Si analizamos las ciudades que han ganado en las últimas décadas la carrera por unos Juegos vemos que se pueden agrupar en tres grupos:

  • Ciudades que pertenecen a países con un enorme prestigio y peso político y económico en el mundo: caso de Los Ángeles y Atlanta, Múnich o Londres amparados por los pesos de sus respectivos países. (Moscú en su momento también hubiera entrado en esta categoría).
  • Ciudades que pertenecen a países que generan grandes expectativas de crecimiento y desarrollo futuros, casos de Méjico, Seúl o Pekín.
  • Ciudades que pertenecen a países que no despiertan recelos en la comunidad internacional, sino más bien una cierta simpatía y son vistos por el resto del mundo con neutralidad como Helsinki, Sídney o Atenas.

En algunos casos pueden coincidir dos de estas características, como en el caso de Pekín que es además representante de una gran potencia con un enorme potencial de crecimiento político y económico.

Barcelona también ganó sus Juegos amparada por dos de esas características. La España de mediados de la década de los 80, cuando se decidió la ciudad en la que celebrar los XXV Juegos Olímpicos de la edad moderna, era una potencia media con suficientes capacidades técnicas y organizativas, que generaba enorme simpatía internacional por haber culminado con éxito una más que difícil transición política y con esos credenciales y el empuje de una sociedad joven e ilusionada generaba unas interesantes perspectivas de crecimiento económico, que por cierto, luego se han visto confirmadas por los hechos.

Un factor que ya debe resaltarse de este análisis es que aunque las ciudades son las que compiten y organizan los Juegos, la carrera la ganan (o la pierden) los países.

Al analizar por tanto las posibilidades de Madrid deberemos debatir como puntúa Madrid en cada una de las características reseñadas y compararla en esas características con las otras ciudades candidatas: Tokio, Chicago y Rio de Janeiro. Asimismo deberemos analizar qué papel le toca jugar a España en la contienda y como su posición va a pesar en la decisión final.

Para empezar deberemos decir que la lista de las cuatro ciudades finalistas es un club muy selecto. No hace falta que describamos con detalle los méritos de las ciudades competidoras de Madrid, pero todas ellas ocupan puestos muy altos en la lista de las ciudades más atractivas e interesantes del mundo.

Tokio, capital de un imperio milenario, cargado de historia y tradición y que con su apertura al mundo tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial transformó la economía y los modelos productivos e industriales basándose en la tecnología y la innovación. Tokio combina a la perfección el emergente peso político asiático con una economía de calibre y peso global. Está claro que Tokio puntúa alto en cuanto al prestigio de país, y tendría una valoración media o media alta en cuanto a simpatía y neutralidad.

Chicago es una cara amable de los EEUU. Es la ciudad de Obama, lo cual ya le otorga varios puntos de ventaja hoy en día. Representa una imagen menos agresiva que otras ciudades americanas pero los que la conocen bien saben que representa lo mejor de los EEUU en cuanto a capacidad de organización y planificación. Su mayor puntuación claramente la obtendría en el primer criterio relacionado con el peso del país.

Río de Janeiro es claramente la ganadora en el capítulo de simpatía y no despierta recelo alguno en ningún bloque de países. Su belleza, sus gentes, su espíritu vital, aunque tópicos, serán elementos de gran valor y generarán muchos apoyos. Pero además cumple más que notablemente en cuanto a su capacidad de generar buenas expectativas de crecimiento económico y político en un futuro cada vez más próximo. El gigante sudamericano con más de 150 millones de habitantes, primer país del emergente BRIC (Brasil, Rusia, India, China) lleva camino de convertirse en una potencia en cualquier frente en las próximas décadas.

Frente a estas ciudades, ¿cómo se ve Madrid?

Como ciudad qué duda cabe que ha conseguido situarse en la primera línea de las grandes capitales del mundo, a base de inversión en infraestructuras, desarrollo y crecimiento económico, estabilidad política (a nivel local) vitalidad y espíritu abierto. Ha demostrado en numerosos eventos su capacidad organizativa, incluso en momentos tan trágicos como los atentados del 11M. Su falta de elementos emblemáticos arquitectónicos (no tiene una torre Eiffel o un Big Ben) o paisajísticos (en Madrid no hay playa ni bahía, ni la cruza un gran río, ni tiene un Pao de Azúcar) la suple con la pujanza de su vida económica, artística y social. Ciudad de museos y cultura ha sabido también instalarse entre las capitales económicas de Europa y es sede de numerosos "headquarters", regionales o globales, de compañías multinacionales y organizaciones internacionales. Por último, su controvertida Terminal 4, más criticada aquí que fuera, la han convertido en nodo logístico y de comunicaciones estratégico especialmente con América Central y del Sur, aspecto éste no suficientemente explotado aún.

Madrid por tanto ha dejado de ser ya ese "gran pueblo manchego" que decía Umbral. Aunque Barcelona sigue siendo la primera ciudad de España en cuanto a número de menciones espontáneas, los turistas vienen en mayor número a Madrid. Está claro que la ciudad supera ampliamente los requisitos para organizar los XXXI Juegos de la edad moderna, pero, ¿cumple el país?

La España de 2009 tiene ciertamente mayor peso económico que la de hace unas décadas. Aunque le pese a algunos no hemos superado el PIB de Italia pero sí hemos dado un salto cuantitativo importantísimo que sitúa a España entre los 10 ó 12 países con mayor economía, renta per cápita por encima de la media de la UE, presencia de empresas españolas entre las mayores del mundo en múltiples sectores y en las principales áreas económicas del mundo. Sin embargo hemos dilapidado el creciente peso político anterior, que junto con una estratégica política de alianzas y colaboraciones internacionales durante los gobiernos de González y Aznar (Unión Europea, EEUU, Sur América y países árabes) nos había hecho acreedores.

El prestigio internacional de un país se basa en la consistencia y la solidez de las relaciones internacionales, la estabilidad y la confianza que generan los compromisos y lealtades suscritos en acuerdos entre países. Las relaciones internacionales no se forjan entre gobiernos sino entre países y por tanto deben superar los cambios y transiciones derivados del juego electoral.

España ha dado señales contradictorias como país en relación a sus compromisos internacionales en varios frentes: Iraq, Kosovo, Afganistán, dando a entender que los compromisos firmados por un gobierno no comprometen al siguiente. Las muestras de rechazo e incluso las ofensas a mandatarios extranjeros, especialmente al anterior presidente de EEUU y al Primer Ministro británico durante las campañas populares contra la guerra de Irak no son siempre entendidas como rechazo a una política sino que a menudo ofenden a sus países y a sus ciudadanos (¿cómo creemos que se percibe en EEUU cuando millones de españoles en manifestaciones en la calle llaman asesino a su presidente? ¿Si fuese a la inversa, no veríamos eso como una ofensa a nuestro país, más allá de las políticas de un gobierno concreto? Los manifestantes en las calles también son responsables, no sólo quienes los convocan. Una vez más, la responsabilidad social individual).

Cuando cambiamos las alianzas preferentes en Hispano América y nos apoyamos más en Venezuela que en Brasil, México o Chile, ¿no mandamos un mensaje ambiguo y desestabilizador a la región que favorece la aparición de gobiernos indigenistas, con una agenda propia, contrarios a los intereses de las empresas españolas, americanas y europeas? ¿Cómo es visto esto por la comunidad internacional?

Todos estos cambios de dirección en la política exterior, sobre los cuales no pretendo hacer un juicio de valor, han mermado el peso y prestigio político del país y suponen por tanto un reto para el éxito de la candidatura olímpica de Madrid.

A finales de la década de los 80, cuando el Comité Olímpico Internacional designó a Barcelona como sede de los Juegos del 92 España presentaba un gran potencial de crecimiento. Su apertura política y comercial impulsada por su ingreso en la Unión Europea auguraba un gran crecimiento económico. La diferencia de renta entre España y sus vecinos y socios de Europa sólo podía acortarse y eso de por sí sólo ya suponía un enorme potencial. Al mismo tiempo España había alcanzado un gran acuerdo social que, con sus obligadas diferencias y discusiones entre los actores, hacía prever un desarrollo sostenido de las empresas españolas, muy poco internacionalizadas que con el nuevo escenario tenían ante sí nuevos mercados y oportunidades. La España que consiguió Barcelona 92 puntuaba alto en el criterio de expectativas de futuro.

La España de 2009 está inmersa en la mayor crisis de su historia económica moderna, no tanto por la crisis financiera internacional, sino por la propia derivada de un modelo de crecimiento que no era sostenible y que ahora destruye empleo y riqueza. Se han dilapidado los años de las vacas gordas para preparar nuestra economía para la nueva era de la economía del conocimiento. Las perspectivas en los próximos años no son por tanto muy halagüeñas. España en consecuencia no alcanza una buena nota en este apartado. Otro desafío para Madrid 2016.

Por último está el criterio de la simpatía o percepción como país por parte de la comunidad internacional. Si bien el gobierno de España en los últimos años ha querido dar claros gestos de no alineamiento con ningún bloque, de tener una política transversal bajo el paraguas de una Alianza de Civilizaciones, lo cierto es que eso no le ha acercado a ningún bloque específicamente, y más bien la ha alejado de nuestros aliados tradicionales en Europa y América. Seguramente no hay elementos determinantes de una visión negativa o de rechazo de España en el mundo (excepto quizá en alguno de esos regímenes indigenistas en Hispano América a los que nos hemos querido acercar, con poco éxito me temo). Pero el caudal de simpatía que despertaba una nación emergente en los 80 y 90 se ha acabado y no ha habido políticas, gestos, mensajes o posicionamientos que hayan hecho a España un país más atractivo para el mundo anglosajón y Europa. ¡Y son muchos los votos que controlan!

Así que Madrid 2016 no sólo se enfrenta al reto de presentar la mejor propuesta técnica y organizativa de las cuatro ciudades finalistas, sino que tiene que vencer una serie de desafíos que se plantean por la posición y percepción de España en el mundo en los tres criterios mencionados. Estos desafíos no son tales que puedan ser resueltos por Madrid únicamente, sino que tienen que ser gestionados en un esfuerzo conjunto que incluya a la ciudad, el gobierno autonómico y central y la sociedad española en su totalidad.

Queda poco tiempo y cuesta menos destruir una buena percepción que crear una positiva, pero merece la pena intentarlo. Esta carrera no la gana y la pierde Madrid sino que la ganamos o perdemos todos los españoles, presentes y futuros. Unos JJOO le darían a Madrid un espaldarazo estratégico importantísimo que la situarían en el camino de convertirse en una de las orbes más importantes del mundo en el siglo XXI. ¿Qué más da quién sea el alcalde en 2016? De paso, este esfuerzo combinado generaría un impulso vital para el país, para la nación, una ilusión compartida que haría mucho por la recuperación económica y por el refuerzo de la idea de España. ¡Ojalá los gobernantes también lo vean así!

Adjunto
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