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Credo Tecnológico (Ensayo)

No encuentro razones para estar tranquilos. Por las brechas que el bombardeo tecnológico ha abierto, penetra, implacable, la destrucción de aquello que creíamos más sólido para garantizar nuestro bienestar, instalados en la complacencia de que tendríamos, más tarde o más temprano, la solución para todos los problemas que planteaba nuestro impulso irrefrenable de consumir.

Creo en el empleo, señor y dador de vida,
Creo en la formación teórica básica,
Creo en la competencia más que en la competitividad,
Creo en la intervención vigilante del Estado sobre el mercado,
Creo en el cuestionamiento sostenido,
Creo en la resurrección de los sueños y en un mundo mejor.
Amén


Es cada vez más escaso, numéricamente hablando, el pelotón de quienes pueden permitirse vivir mejor. Para la inmensa mayoría, el futuro se presenta con un condicionando brutal: tendremos que acomodarnos a vivir peor. Habrá menos recursos disponibles, serán más caros y, lo que es mucho más cruel, su aprovechamiento generará menos empleo. Es decir, tenemos que arbitrar nuevas formas de distribuir el que sea preciso, que será, además, bipolar: necesitamos gentes de muy alta cualificación -relativamente pocas- y, para ocupar los puestos en lo que llamaríamos sostenimiento de los elementos del bienestar (el que sea), la demanda se desviará hacia empleados en servicios de poca exigencia formativa, aunque especializados.

Tengo desde hace tiempo la convicción de que, al menos en el plano metodológico, no faltan análisis, y ni siquiera respuestas para paliar las consecuencias negativas de lo que nos está sucediendo. Hace falta, sencillamente, seleccionar las mejores y aplicarlas, en la voluntad de que las decisiones habrán de tener una componente adaptativa muy importante, porque las rígidas planificaciones a largo plazo, en un entorno tan cambiante y con tantos agentes interactuando en su propio beneficio, no sirven.

Me ha gustado siempre hurgar en las propuestas que sirven de actuación -al menos, en la parte confesa- a países más desarrollados y, sobre todo, más coherentes y sistemáticos en sus programas estratégicos, que el nuestro. En relación con la muy importante necesidad de creación de empleo, he seleccionado estas ideas generales:

1. Necesidad de mejorar la formación en conciencia social y nuevas tecnologías desde la más temprana edad.


Sufrimos del déficit de una juventud mal educada y peor formada. Como siempre, las excepciones son muy importantes y extremadamente valiosas, pero su existencia no desvirtúa la conclusión genérica. La familia no educa o mal educa a los niños y los centros de formación, incluidos, por supuesto, los universitarios, viven en la inopia, desgraciadamente consciente, de lo que sería necesario hacer para conseguir egresados capacitados para integrarse, de forma inmediata, en las formas de actividad eficientes para la sociedad que es, también, aquello que a ellos les sería necesario para conseguir un empleo en ella.

Es imprescindible introducir una nueva concepción pedagógica, y desde la escuela elemental, que inculque principios de conciencia ambiental, solidaridad, aprecio a la tecnología y a los elementos de progreso, al empleo consciente y responsable de los recursos y al papel que cada uno juega y debe jugar en la sociedad. Los niños bien educados en estos principios tienen la base para ser buenos estudiantes, curiosos colaboradores en la generación del tejido social, activos elementos en la contribución a mejorar la sociedad. Cada euro invertido en formación elemental se recupera con creces en la madurez del individuo.

La cifra de ocho veces -¡y hasta veinte veces!- como retorno a lo empleado en educación básica se cita en las valoraciones de los países más eficientes. Lo que se entrega a infantes de menos de cinco años se recupera, multiplicado, en beneficios globales, a la larga, cuando el joven se convierta en elemento activo de la sociedad. Hay que aumentar la formación de los educadores, reforzar su prestigio social, remunerarlos adecuadamente, y estimularlos de continuo, con el reconocimiento de su labor.

Las familias forman parte de este esquema de intervención, pero también, los estamentos locales, la sociedad en su conjunto. El niño tiene que verse como elemento apreciado por los que le rodean, un valor de futuro. Es la tribu la que educa, en afortunada expresión de José Antonio Marina. La horda y el desorden, desquician, confunden, estropean.

2. Importancia capital de la formación amplia e intensiva en conocimientos teóricos básicos.


Se ha introducido un grave error en la formación de los educandos, en nuestro país como en otros de nuestro entorno, y es la errónea creencia de que se puede llegar a dominar una técnica sin conocer sus fundamentos teóricos. Resulta, en consecuencia, que se han formado generaciones de jóvenes que saben utilizar alguna herramienta tecnológica, (el grave peligro de los “user friendly”) pero no tienen ni idea de cómo funciona.

La situación se detecta, no solo en las enseñanzas técnicas, sino también en las denominadas tradicionalmente humanísticas, aunque opino que la carencia es especialmente grave en los casos en los que se han producido vacíos en la formación básica tecnológica (matemáticas, física, química, electricidad, etc.), porque esas carencias no son fáciles de cubrir en la edad adulta, convirtiéndose en lagunas de conocimiento persistentes.

España debe cuidar con especial atención la recuperación del prestigio de sus Escuelas y Universidades Tecnológicas. Es evidente que, con la actual proliferación de centro de enseñanza técnica, el desorden en la denominación de las carreras, la gratuita y desquiciante selección de las disciplinas y la insuficiente formación de buena parte del profesorado, añadido a la desorientación y bajo interés y motivación por el saber de una población discente universitaria excesiva, el objetivo no puede cumplirse.  No sirve indicar plácidamente que el mercado volverá a poner a los centros universitarios en su sitio, porque no se puede justificar el dispendio público con una expectativa cuya formulación es perversa. Y no es cuestión de acumular reformas sobre reformas. Si no se reconoce el mal, o se menosprecia su intensidad, no se encontrará la solución.

La referencia a la enseñanza técnica de alto nivel no implica imaginarla como un colgante en la estructura formativa de la sociedad. No es una lámpara (aunque, desde luego, debe servir de luminaria), sino el elemento cumbre de una pirámide bien construida, en la que las formaciones intermedias y las más elementales, sostienen el edificio.  La minusvaloración del objetivo de impulsar puntas de lanza tecnológicas, cuyo arco es dotar de la máxima calidad a la enseñanza superior de la ingeniería, entendiendo erróneamente que a este país le basta con tener técnicos especializados en el saber utilizar (tener idea del para qué y el manual básico de instrucciones de empleo) y que no hace tanta falta saber los porqués.

Es un desvío tan grave del camino que conduce a la potenciación de la creatividad y tan evidente el percibir que andamos perdidos en la mediocridad y en la dependencia tecnológica, que escalofría que no se haya puesto de manifiesto a voces en todos los foros.

España tiene una capacidad académica de supuesto alto nivel formativo sobredimensionada, y su adelgazamiento es imprescindible para dotarla de verdadero músculo. No necesita tantos profesores universitarios, tantos catedráticos o titulares, porque no precisa de tantas Universidades, sino mejores. Por lo menos, hay que conseguir que los mejores docentes, los más experimentados, los que estén imbuidos de la más alta vocación docente -que no es necesariamente la investigadora- se concentren en ellos.

No se ha hecho mucha reflexión -desde luego, no la suficiente- en relación a los itinerarios formativos que implican cruzar viejos esquemas, creando otros más adaptados a la evolución y necesidades actuales: ingeniería médica, bioingeniería, ingenieros economistas, ingenieros juristas, médicos químicos, ambientalistas médicos, etc. Hay que vencer, para ello, la resistencia de los que están aupados a sus teorías, defendiendo sus sitiales, y mirar con ojos limpios la realidad exterior.

3. Urgencia de aumentar la inversión neta en investigación y mejorar el control de su eficacia.


Todo el mundo parece estar de acuerdo en la importancia de la investigación, y empeñado en ponerle adjetivos y apéndices, aunque la realidad es que no se le presta atención, confiando más en la aparición del genio aislado que en el resultado de los trabajos en equipo, con orientaciones en sectores o líneas preferentes.

Se acostumbra, además, a reducir la valoración del esfuerzo en investigación a porcentajes referidos al presupuesto público anual o del producto interior bruto del país: un 1,3% del PIB parecería poco y un 2%, suficiente, por ejemplo. No hay necesidad de engañarse. Si se pretende analizar nuestras posibilidades competitivas en el marco internacional, habrá que referirse a cifras absolutas.

Los datos disponibles -manejo las grandes cifras, importando menos al respecto de mi razonamiento, el detalle exacto- indican que el gasto absoluto en i+d en Estados Unidos es 25 veces superior al de España y el de China, por ejemplo, 10 veces más alto. Países próximos, como Alemania o Francia, lo cuadriplican.  Podemos ser escépticos respecto  a la homogeneidad con la que han sido obtenidos los datos (estoy convencido de que en España se han inflado, en tanto que en Estados Unidos se subestiman…y pongo en duda cualquier dato que provenga de China), pero no debemos dejar de captar el mensaje de que las opciones para competir en resultados investigadores con países que dedican medios muy superiores a los nuestros son comparativamente ridículas.

Debemos, en consecuencia,  concentrar los recursos en algunas áreas concretas, siendo, además, conscientes, de nuestra condición genérica de país tecnológicamente dependiente. Es decir, desde la perspectiva de la mercadotecnia de productos que precisen alta tecnología, estamos del lado de los consumidores y no de los productores, de la demanda y no de la oferta. Solo nos falta -ni más ni menos- que tener con qué pagar lo que nos gusta consumir.

Los 13.000 millones de euros anuales que se dedican, según los datos, en España, a actividades de i+d+i son escasos, y,  por si fuera poco, están distribuidos heterogéneamente entre nuestras regiones (tres regiones concentran el 80% del gasto total innovador) y presentan múltiples duplicidades y ocasión de despilfarros y muestras de descoordinación. Con un gasto privado de 150 euros por habitante (nuevamente, se repiten ratios de proporción similares a los que nos separan de los países más avanzados), tampoco cabe esperar que nuestras empresas den la campanada tecnológica. (1)

4. Necesidad de una revisión crítica del papel del Estado.

La gestión de la economía de un país intermedio, implica la convivencia y en su caso,  alineamiento, con intereses supranacionales, la defensa de los elementos que pueden ser impulsados desde la actuación local, y la búsqueda permanente de los huecos en los que implantarse, incluso circunstancialmente, utilizando las ventajas diferenciales que se consiga generar.

España tiene una desdibujada posición internacional, producto de la debilidad en el sostenimiento de sus objetivos.

Pretendíamos tener un papel preponderante en relación con la conexión entre Europa y Latinoamérica, e incluso en las relaciones intraamericanas (norte-sur) y no lo hemos sabido aprovechar, o hemos despilfarrado en gran parte el capital moral, sin haber sabido suplir en demasiadas ocasiones los déficits en seguridad jurídica o solvencia económica de un área con gran potencial en recursos, con habilidad negociadora y confianza en su futuro.

En la relación con el mundo árabe, que ingenuamente queríamos basar en una pseudo-identidad cultural e histórica harto cuestionables, hemos pedaleado más sobre la imaginación que sobre la realidad, si bien se debe reconocer que ha habido grupos empresariales que se beneficiaron -en el sector de la construcción, sobre todo-, aunque no alcanzo a ver las ventajas para la creación de empleo en nuestro territorio, a salvo de unos pocos técnicos expatriados.

En cuando al papel español dentro de la Unión Europea, entidad que por sí misma se halla a la busca de su propia personalidad, nuestro peso es marginal, y se nos ve más como problema que como parte de la solución, siendo nuestro europeísmo más próximo al de estómago agradecido o pedigüeño necesitado, en un escenario en el que parece regir el sálvese quien pueda antes que la cooperación.

En relación con las organizaciones internacionales (desde la OTAN al Banco Mundial, de la ONU a la OMS) la posición de España es más pasiva que otra cosa. Se tiene fama, posiblemente merecida, de ser incumplidores de compromisos e ignorantes o remisos a la intervención activa, y no solamente con ideas.  El papel exterior, en las relaciones exteriores, debería concretarse en aprovechar las posibilidades de erigirse en portavoz, no de filosofías, sino de concretas propuestas de resolución de las necesidades de los países y zonas más desfavorecidas, utilizando la capacidad de convicción que pueda derivarse de…nuestro camino hacia sus posiciones.

No es, sin embargo, cuestión de criticar, a lo que somos tan dados por tradición e idiosincrasia, sino de actuar con solvencia, desde la consciencia de cuáles son nuestros problemas y no los de la Humanidad (en especial, los que no podemos resolver de éstos últimos). En España, la urgencia surge del lado social, y su gradación y valoración, para definir la entidad de las medidas a adoptar solo puede hacerse desde dentro. Es imprescindible conseguir la estabilidad de las capas sociales, de manera que los niveles de satisfacción de los integrantes de la pirámide de ingresos y gastos no se muevan descontrolados. Y en esto, no vale engañarse.

Por la parte de la generación de productos y servicios, si las expectativas de los grupos socioeconómicos que forman el sustento básico de la economía no son atendidas, y las perspectivas de futuro no son razonadamente halagüeñas, las empresas se irán, y la actividad regeneradora de los sectores dañados será insuficiente o nula.

Desde la parte del consumo, que está vinculada directamente con la oferta laboral,  el descontento provocará tensiones revolucionarias. Si no hay ingresos familiares, una vez consumidos los ahorros privados, e inexistente el crédito, el número de dependientes de los servicios sociales, de la asistencia pública, o de los pobres y desarraigados, subirá hasta que la tensión explote.

Tenemos, además, en España, el problema especial de que habíamos alcanzado un nivel de bienestar que pretendíamos consolidado, y sobre él se auparon las opciones políticas tanto de la izquierda como la derecha. Apuntábamos hacia unas prestaciones del modelo económico que, evidentemente, no pueden cumplirse en una perspectiva de crisis estructural. Y si falla la credibilidad de las instituciones, no puede esperarse que la reconstrucción del tejido socioeconómico dañado se realice por apelación a elementos mágicos.

Después de llevarnos unas cuantas veces las manos a la cabeza -y depurar, por supuesto, las bolsas de corrupción, ineficacia y avaricia que se han formado-, debemos de aplicarnos a poner en pie formas concretas que nos vuelven lo más rápidamente a una zona de estabilidad. La actuación del sector público es, en esta situación, determinante, pues no se puede confiar, en absoluto, que los agentes que se guían por el mercado y la máxima rentabilidad (la responsabilidad social de los grandes grupos es, en esencia, un placebo), permitan solucionar los problemas urgentes de quienes se encuentran, por el cambio de coyuntura, desplazados, particularmente si están en la base de la pirámide.

La responsabilidad de los gestores públicos abarca desde las administraciones locales a las más altas estructuras del Estado, y exige una actuación coordinada. Las finanzas del conjunto del Estado han de ser vistas como un bloque, y la coherencia de las medidas que se adopten para su saneamiento es fundamental. No se puede abandonar a los municipios el problema de resolver su saneamiento, a base de impuestos y tasas locales, o privatización de servicios públicos. La falta de solidaridad regional tampoco puede ser alimentada, y las tendencias a la disgregación del modelo nacional han de ser atajadas con serenidad y firmeza. 

No habrá desarrollo sin la colaboración de todos los agentes regionales, y la reforma de la Administración pública, en todas sus formas, es urgente y ha de ser debatida sin miedos ni a priori, y con firmeza.

La automatización y la informatización de la prestación de los servicios públicos, la transparencia en las inversiones y gasto de las Administraciones y empresas públicas son una obligación, y especialmente si se pretende la coordinación y evitar los despilfarros.

Soy partidario de la inversión pública en empresas, al menos como referencia para contrastar información, en algunos sectores; no como ha sido utilizada en el pasado para rescatar empresas en dificultades, sino, al contrario, para acompañar a las que actúen en campos preferentes; los proyectos dimanantes de los centros de investigación que emplean dineros públicos deberían encontrar en esas empresas una continuación natural; esto es, me refiero a los sectores frontera.

La eliminación de la burocracia, el secretismo, la ineficiencia, y la desconexión entre los intereses públicos y privados no puede tolerarse en época de crisis y ante la necesidad de cambiar sustancialmente algunos enfoques que nos llevaron hasta aquí.

5. Análisis crítico de las perspectivas de la cuarta revolución tecnológica.

Las dos primeras “revoluciones industriales” fueron consecuencia de la difusión generalizada de una nueva tecnología que modificaba sustancialmente el aprovechamiento de las fuentes energéticas. Pero el efecto práctico tanto de la máquina de vapor como el motor de combustión interna fue la mejora sustancial en la conectividad. Los seres humanos y las mercancías podían desplazarse de forma mucho más rápida, barata y segura que en la etapa precedente.

La tercera revolución industrial, en terminología aceptada por el Parlamento Europeo en 2006, según la idea de Jeremy Rifkin,  no está relacionada con la energía, sino con la difusión generalizada de la aplicación de la tecnología digital, cuyos efectos aún están en fase inicial.  Las telecomunicaciones han significado también la accesibilidad instantánea a los conocimientos disponibles en la red pública -o la interactividad e  intercambio dentro de las redes privadas- a una inmensa variedad de usuarios.

La ausencia de filtros de autoridad, o la posibilidad de enmascarar, adulterándolos, los criterios de verdad o verisimilitud con fines perversos, hace de las redes, también, un foco de distorsión del conocimiento científicamente contrastado, sirviendo para la propagación de falsas teorías, informaciones interesadas sin otro aval que la maldad o la codicia y, en fin, convirtiendo a una herramienta neutral por esencia en vehículo de intoxicación de la más amplia especie.

La cuarta revolución tecnológica discurre paralela a la tercera, solapándose con ella. No ha sido, desde luego, analizada, ni para unificar y clarificar su concepto, ni, obviamente, para estudiar sus posibles consecuencias. Un intento de definición sería la de “aquel proceso, de naturaleza exclusivamente tecno-sociológica, que plantea la necesidad de combinar el conjunto de conocimientos científicos -en sentido lo más amplio posible-, abierto a toda la Humanidad, con la obtención de niveles de calidad de vida satisfactorios y homogéneos, que alcancen a todos los seres humanos y que tome en consideración la necesidad de mantener el equilibrio dentro de la naturaleza.

En efecto, esta idea implica la valoración y reconocimiento del papel de los restantes seres vivos en el equilibrio natural, la preservación ambiental, el aprovechamiento razonado y restrictivo de los recursos, teniendo en cuenta sus reservas, distribución y su capacidad de renovación y, en fin, y como más importante, la plasmación de un objetivo común para la Humanidad, en el que se haya considerado el papel de las generaciones venideras, a las que corresponderá recoger el testigo de la existencia y el conocimiento en la imaginada carrera por alcanzar las claves que rigen el cosmos.

Por ambicioso o utópico que parezca el planteamiento, la aplicación a un país concreto resulta sencilla. Hay que garantizar la continuidad de lo que tenemos al alcance de nuestra actuación: no agotar, no contaminar, ser solidario, ser creativo, e impulsar la capacidad creadora de las nuevas generaciones, abriéndoles vías de pensamiento. Esto nos lleva a conceder prioridad a la formación, a la investigación, y a la evaluación y conservación de los recursos, compatible con su aprovechamiento actual si fuera imprescindible para garantizar, no el máximo bienestar de unos pocos, sino la supervivencia con el nivel de satisfacción adecuado, de la actual población.

Si hay que sacrificar algo, que sea el disfrute máximo de la capa más beneficiada de los actuales pobladores, en beneficio de la formación y desarrollo de las generaciones futuras.

La difusión generalizada de internet (es decir, de las comunicaciones telemáticas) en la producción industrial es solo un aspecto modificador, que reducirá -está reduciendo- la cantidad de trabajo disponible para el hombre y desplazará -está desplazando- la rentabilidad de muchas empresas, haciendo no pocas inviables en competencia con los nuevos planteamientos de negocio.

La reacción ha de ser coordinada y completa, porque la evolución natural es hacia el desequilibrio, y un desequilibrio no controlado en un sistema dinámico conduce implacablemente al caos. Las Escuelas de formación y las Universidades deben orientarse de inmediato hacia el total aprovechamiento de esas oportunidades, que se concretarán en la puesta en marcha de nuevas formas de emplear los recursos naturales y la mano de obra, especialmente en los países hoy menos desarrollados.

No son los centros de enseñanza los detentadores en la actualidad de los conocimientos tecnológicos más avanzados (puede que lo sean en cambio, de los filosóficos, por reflejar con este nombre los vinculados a las antes conocidas como Humanidades). Conseguir que las grandes empresas abran sus centros de investigación y compartan sus resultados es un reto al que no veo tan fácil solución, dado el egoísmo y cortoplacismo imperantes.

Pero generar la voluntad de comunicación abierta del conocimiento de muy alto nivel no es el fin último, sino solo una etapa en el camino.

La generación de una nueva infraestructura internacional, de cooperación y estímulo es también inexcusable, pues hay que evitar que las tensiones de esas nuevas relaciones de mercados y tecnologías se traduzcan en la aparición de una guerra de intereses que, dada la actual capacidad destructora de los países, nos llevaría al cataclismo final, provocaría la hecatombe de una Humanidad a la que perdió su incapacidad para dominar su evolución tecnológica, haciendo sus logros útiles para la totalidad y no para las élites.

No tengo propuestas generales de solución a largo plazo. A medio plazo, entiendo que la exacta valoración del problema,  para atender exclusivamente al nivel nacional, sugiere algunas actuaciones intermedias concretas, que implicarían el aprovechamiento, profundización y mejora de la cualificación competitiva internacional -mejorando así la Balanza de pagos, aumentando las exportaciones y restringiendo el consumo de bienes importados, sin que ello signifique la autarquía, sino la selectividad de lo adquirido en el exterior-.

De la estructura industrial y de servicios propia, dependerá la demanda de empleo y la cualificación necesaria. En un país dedicado al turismo mayoritariamente, necesita trabajadores de escasa formación, que serán remunerados con salarios bajos y se consolidará una estructura dependiente tecnológicamente, de baja capacidad de consumo y manipulable.

El aprovechamiento de nichos de mercado en países menos desarrollados, apoyados en la exportación de bienes producidos con tecnologías intermedias -o que no se puedan mantener en primera línea por falta de alimentación en origen- tendrá un carácter temporal, circunstancial, pues habrá de admitirse que estos países estarán interesados en asimilarlas rápidamente, captando técnicos extranjeros para sus centros de investigación.

En suma, si no se lleva a cabo, simultáneamente, la revisión de los postulados de cooperación mundial, asumiendo nuevas formas de distribución de tareas y beneficios, la cuarta revolución industrial será la última.

6. A modo de conclusiones.

Las evidencias apuntan a que el conocimiento tecnológico más avanzado se concentrará (en realidad, se concentra) en pocas instituciones, en tanto que, a los niveles inferiores, las telecomunicaciones contribuirán a una rápida expansión y homogeneización de los conocimientos científicos, haciendo irrelevante su posesión, premiándose, en cambio, la disponibilidad de materias primas.

El papel de la mano de obra no cualificada será de manera creciente, irrelevante, generándose graves tensiones, a nivel global como local, respecto a la distribución de la riqueza y su disfrute. Las necesidades de ayuda social, incluso existencial, crecerán, y los Estados, de forma independiente, no podrán hacer frente a la resolución de los problemas generados por la combinación de desarrollo tecnológico, insuficiencia de trabajo disponible y presión reivindicativa sobre lo que se conoce como nivel de vida deseable.

La valoración de la situación es diferente por países, pues no cabe hablar de convergencia. En Alemania, por ejemplo, se advierte un crecimiento en la creación de empleo de muy alta cualificación (hasta un 25% de la población activa), en tanto que los empleos auxiliares (que no demandan especiales habilidades) se han reducido hasta un 15%. Muy diferente a lo que sucede en China, India, Pakistán, etc. Y bastante diferente a lo que se observa en España, empeñada en consolidarse como un país a remolque de las circunstancias.

Admitiendo que la celeridad en la asimilación de los conocimientos tecnológicos y la redistribución de los mercados, obligará a una adaptación constante, tanto de las estructuras como de aquellos que tengan empleo, no puede pretenderse que esa “versatilidad”, invocada continuamente por los políticos y analistas, sea posible para la gran mayoría. No depende tanto de la formación previa, ni siquiera de la actitud personal, sino de la orientación recibida. Deberíamos sacar consecuencias del exceso de peluqueros, cocineros, camareros, expertos en lenguajes informáticos obsoletos, empresarios de bares y mercerías arruinados, etc. Se les ha impulsado a un fracaso personal y económico, porque se les ha hecho abrigar esperanzas en lo que estaba vacío.

Es imprescindible que los empresarios, las representaciones sindicales y las instituciones políticas de todo orden se pongan de acuerdo en objetivos comunes. No los tenemos en la actualidad: ¿despido libre? ¿mini trabajos? ¿formación continuada? ¿ruptura definitiva entre la Universidad y el mundo real? ¿disminución de las prestaciones sociales a golpe de martillazos en el modelo existente? ¿incremento de impuestos a las clases medias para sostener el estado “social y de derechos”?…

Tenemos un tejido industrial con múltiples deficiencias, pero lo tenemos y tiene elementos muy aprovechables, que hay que poner en valor y saber potenciar. Se han de promover constantes reuniones (la palabra “reunión” está adulterada por el uso, pero no tengo otra forma de referirme  a encuentros dinámicos de trabajo), en las que se pueda plasmar el intercambio de información, la voluntad de coordinación, la transparencia en los objetivos y en la detección de dificultades y las conclusiones para apoyo recíproco.

La Administración no tiene por qué participar en ellas con voto, y ni siquiera con voz, pero debe de estar, y saber estar. Me produce sonrojo cuando, en un Congreso o Sesión en las que representantes de empresas exponen sus planes en ponencias por lo general muy bien preparadas, contando lo que hacen, sus sugerencias de solución a los problemas, etc., veo que los políticos que han realizado la inauguración de la Jornada se han marchado todos (principal y séquito), después de la intervención del Ministro o Secretario de Estado. ¿Tanto tienen que hacer? ¿Cómo se enteran de lo que pasa? ¿Por los periódicos?

Habrá cada vez menos trabajo disponible, las cualificaciones cambiarán y las empresas no podrán garantizar el empleo indefinidamente. Los demandantes de empleo y la población actualmente activa ha de organizarse, y de manera diferente a como lo ha venido haciendo hasta ahora. El fracaso de las organizaciones sindicales en la detección del problema es notorio: se han preocupado de mantener el empleo y no por la creación, con lo que han sido testigos ineficientes de la corrosión de los fundamentos del sistema socio-laboral.

Es necesario, por tanto, la organización desde la oferta de trabajo, teniendo en cuenta la formación requerida, y las necesidades familiares y personales. Puesto que las empresas -las grandes empresas- no pueden garantizar los puestos de trabajo, los que lo necesitan para vivir han de plantear propuestas colectivas nuevas. Si la demanda de trabajo ha de ser a tiempo parcial, temporal y no indefinido y remunerado con criterios no transparentes, no se puede permanecer inactivo o con obsoletos esquemas desde la oferta, y hay que recuperar olvidados elementos de solidaridad, forzando a que el Estado se alinee en la defensa de los más débiles, no para argumentar junto a los que ya poseen.

No pretendo la originalidad de esta propuesta. La sustitución progresiva del tipo de empleado contratado laboralmente por la de un ofertante de prestaciones que negocia con las empresas o con la Administración el precio de las mismas, está cobrando creciente interés sociológico. Existen ya, como es bien sabido, empresas que se ocupan de la externalización de trabajos y servicios, franquicias, subcontratistas a precio inferior al que fue contratado el principal y otras que ofrecen una cartera de trabajadores a tiempo parcial. La modalidad de empresas que ofrecen solo trabajo y capacidad ha de crecer exponencialmente, y muchos de los actuales autónomos, deben organizarse para una oferta colectiva.

Y si se asumen todos los riesgos de los períodos en los que no se disponga de empleo (es decir, los no cubiertos por las prestaciones públicas), ese ofertante de disponibilidades tiene que organizarse y pensar como un empresario, no como un empleado… con todas las consecuencias: fijación del precio de sus servicios, potenciación de su capacidad, interconexión gremial, creación y selección de oportunidades, creación de oligopolios y soporte de estrategias, concreción de los espacios en los que se realiza la publicidad de las ofertas, modos de interconexión física y virtual de los miembros que forman las empresas de la oferta.

Creo, en definitiva, en un mundo mejor, reforzado por la puesta en valor de la versatilidad de ese tradicionalmente menospreciado factor de producción que es el trabajo. No me refiero al trabajo físico (al menos, no solo), sino, y sobre todo, al trabajo de alta cualificación, aquel que caracteriza la genialidad de la especie humana, que se ha de convertir en el eje de reconstrucción de las relaciones entre capital y empleo en el mundo global, si queremos que sea sustentable y no una fantasía de papel.

Así sea en España como en toda la Tierra, así en los países intermedios como en el cielo de la más alta tecnología. En defensa de la honesta distribución de las plusvalías generadas entre todos, de acuerdo con el trabajo, capacidades y oportunidades de cada uno.

(No hay por qué ocultar que esa defensa de posiciones es, por sí misma, revolucionaria. La superación de las ventajas circunstanciales que derivan del poder irregularmente adquirido, de la herencia descomunal de origen injusto, de las acumulaciones desorbitadas de beneficios obtenidas por razón de las ineficiencias del mercado o sus trampas, y, en fin, de todas esas espurias razones derivadas del azar, la corrupción histórica y no de los méritos propios, es revolucionaria. La forma de llegar al objetivo puede ser pacífica o violenta. Depende de la capacidad de liderazgo y convicción de los que se encuentren a ambos lados del conflicto).

Por la inteligencia. Amén.


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(1) Según el Estudio de una Escuela de Negocios, al que concedo un carácter fundamentalmente académico, hay unas 40.000 empresas innovadoras, y que tenemos algo más de 200.000 empleados, en ellas y en los centros públicos, dedicados a idear, todo el tiempo o a ratos: me pregunto dónde están y lo que hacen, si bien el análisis expresa que se concentran en farmacia, electrónica, química y automóvil, espacios tan imprecisos y genéricos que se me antojan equivalentes a música celestial o a aplicaciones de la cultura general.

Si el lector quiere datos para profundizar en lo pesimista del análisis, puede recorrer las páginas del Informe de la COSCE (Confederación de Sociedades Científicas de España).

Adjunto
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