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Diez Años A Tierra (Ensayo)

Sentido y finalidad. Propósito, visión y misión de vida. Porvenir. Contribución y aportación vitales. Todos estos conceptos son nucleares en el desarrollo y el liderazgo personal y la planificación financiera debe estar a su servicio. No cabe la viceversa. Finanzas desde el humanismo y humanismo en las finanzas. Ésta fue la propuesta que el pasado 15 de enero de 2013 nos realizó Abante Asesores en el taller organizado por Know Square sobre Finanzas Personales.

No es la primera vez que Abante Asesores nos enfrenta a los grandes interrogantes que todos nos hemos planteado alguna vez.  El 26 de junio de 2012 Abante Asesores celebró su aniversario. Diez años de andadura suman ya. Quiso compartir su alegría con sus clientes y amigos obsequiándoles con una invitación a realizarse tres preguntas: de dónde venimos, adónde vamos y cómo llegamos hasta allí. Tres ponentes de excepción guiaron al público en las respuestas; José Antonio Marina nos invitó a ponernos a tierra hablándonos de la humildad, Javier Gomá utilizó sus palabras a modo de brújula y nos señaló el sentido de la existencia, y Mario Alonso Puig nos allanó el camino de la vida descubriéndonos la resiliencia. Todo ello sin olvidarnos del humor. Con su chiste de la empresa que piensa a domicilio, el Mago More nos recordó la urgencia de poseer un criterio propio, de pensar por nosotros mismos. A continuación, se recogen muchas de las ideas que nos transmitieron esa tarde y que inspiran el hilo conductor de este pequeño ensayo.

Con permiso.


 
I

Si naces, mueres.
Si compartes, aprendes.
Si subes, bajas...

Molinos de viento o gigantes.

Enemigos imaginarios en cualquier caso para Alonso Quijano. Su ilusión es sólo una cuestión de mirada. El ingenioso hidalgo, absolutamente enajenado y sordo a la sensatez de su escudero, arremete contra los molinos y sale malparado.  Postrado en el suelo, aturdido y despaldado, sigue viendo gigantes.

Esta escena novelesca se repite constantemente en nuestras vidas. Nos enfrentamos a miedos, obstáculos, interpretaciones de la realidad que sólo existen en nuestra mente. En muchas ocasiones logramos adoptar otra mirada que nos hace ver sólo molinos donde antes había gigantes, pero en otras seguimos la misma suerte que el caballero de nuestro relato y nos aferramos a ella.

Al igual que Don Quijote, es frecuente que veamos las cosas como queremos verlas.  Proyectamos nuestra vida, nuestra interioridad, en el mundo, sin darnos cuenta de que es el mundo el que nos contiene a nosotros y no nosotros a él. Nos engañamos pensando que adquirimos la suficiencia en la contemplación del mundo cuando realmente perdemos la lucidez para ello.

La lucidez es distancia entre el mundo y nuestro concepto del mundo. No niega ni uno ni otro, no posee ni uno ni otro; si lo hiciera no habría distancia. Juega equidistante de ambos, en su presencia y ausencia simultánea.  Poseer esa lucidez es la esencia de la humildad. No hay humildad sin lucidez, ni lucidez sin humildad. La humildad es la virtud de la lucidez.

Disfrutemos de nuevo de la compañía de Don Miguel de Cervantes. En El coloquio de los perros, su personaje Berganza nos proporciona una definición brillante de la humildad:

"A lo que me preguntaste del orden que tenía para entrar con amo, digo que ya tú sabes que la humildad es la base y fundamento de todas virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea. Ella allana inconvenientes, vence dificultades, y es un medio que siempre a gloriosos fines nos conduce; de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba la arrogancia de los soberbios; es madre de la modestia y hermana de la templanza; en fin, con ella no pueden atravesar triunfo que les sea de provecho los vicios, porque en su blandura y mansedumbre se embotan y despuntan las flechas de los pecados".

Fundamento y base de todas las virtudes, la humildad duda de su propia condición. Muda como su "h", silenciosa como sus actos.  Quien la tiene se siente insuficiente, arraigado a la realidad, y con la lucidez de la propia carestía busca la exigencia. Virtud de valientes, de aquellos que se atreven a encarar sus debilidades y a ser espectadores pasmados ante el vivir de sus capacidades.  La humildad atempera el exceso humano y recuerda al hombre que es nada y es todo.

Pese a ello, la humildad no tiene buena fama; es una virtud sometida a sospecha. Implica enraizarse, acercarse a la realidad para ser plenamente consciente de ella. La humildad supone el descenso al humus. Con ella nos ponemos a tierra. Quizá sea la gran virtud de los hombres sabios, aquellos cuya característica esencial es poseer conciencia del mundo y que, sin olvidarlo, siempre piensan y actúan en relación con el cosmos. Es prioritario enraizarnos, estar en la realidad, tener conciencia de nuestras limitaciones para tener conciencia de nuestras posibilidades.

La posibilidad es la palabra que define mejor la inteligencia humana. Una de las grandes tareas de esta inteligencia es concebir posibilidades en la realidad. La inteligencia se adapta a la realidad y crea la posibilidad en esta realidad. Posibilidad y humildad están así íntimamente ligadas; sólo a partir de la conciencia de nosotros mismos seremos capaces de crear posibilidades. Todos necesitamos ampliarlas, sentirnos eficaces, útiles, necesarios. Queremos sentirnos satisfechos con lo que hacemos, sentir que progresamos. Todos queremos crear algo. La felicidad es la satisfacción de esta necesidad al mismo tiempo que disfrutamos y nos vinculamos de manera social y afectiva; en definitiva, la felicidad es sentirnos significativos para algo y alguien.

La humildad suaviza la desmesura propia del hombre. Mitiga la hýbris, la soberbia, el exceso irrazonable.  Según el Eclesiastés, la soberbia es el origen de todos los pecados; estimarse a uno mismo, por amor propio, en más de lo justo como diría Spinoza.  La soberbia aboca a los hombres a la desdicha, la violencia, la insatisfacción, la zozobra, a andar en mentira.

Los filósofos medievales consideraban que la humildad está en la valentía del hombre para iniciar empresas nuevas. La valentía implica el miedo y, por tanto, la toma de conciencia de que somos muy vulnerables, pero al mismo tiempo supone conocer que podemos ser capaces de emprender tareas que no contemplábamos hasta ese momento.

La familiaridad con el concepto de realidad nos lleva también al humor como un aspecto esencial de la humildad. La humildad no sólo lleva a un conocimiento profundo de la realidad sino también al tratamiento de ésta y del mundo con sentido del humor. El humor está al servicio de la humildad pues nos permite reconciliarnos con nuestra condición humana, nuestras limitaciones y nuestras capacidades.  El humor, como sonrisa de la inteligencia, también crea posibilidades, principalmente,  la de ponerse uno de acuerdo consigo mismo tal y como es.

El sentido del humor integra la ternura porque estamos reconociendo lo vulnerables que somos.  Encontramos en el humor la medida exacta de nuestro ser.  Sigmund Freud en su libro El chiste y su relación con lo inconsciente en cierta medida asemeja el humor a la grandeza de ánimo, pues el sujeto tiene la energía para aferrarse a su ser habitual, volviendo la espalda a todo aquello que le puede provocar desesperación.  El humor supone una elaboración, una interpretación de la realidad, desdramatiza al propio yo y ayuda a relativizar las circunstancias. No lo perdamos. 

 

II

Un primer paso.
Después, sólo un segundo...
Vida que nace.

Sirvámonos del humor para abordar la siguiente cuestión, el sentido de la vida.

Recordará el lector que en la obra de Les Luthiers El sendero de Warren Sánchez, un pobre hombre le pregunta a Warren Sánchez, el fundador de la secta: "¿cuál es el verdadero sentido de la vida?", y éste le responde: "¿El sentido de la vida? Te lo diré en tres palabras: Yo qué sé".  Y continúa el narrador: "¿Qué nos quiso decir Warren con esto? Cuando le preguntan por el sentido de la vida, Warren contesta "yo qué sé". Analicemos la frase. La palabra "yo", ego, parece indicar egoísmo, soberbia, lo que pasa es que aquí Warren la utiliza por oposición, para indicarnos justamente lo contrario, o sea, la humildad. Queda bien en claro que aquí, cuando Warren está diciendo "yo" está diciendo "humildad". Pero Warren dice algo más, Warren dice "yo, que sé", o sea, "yo, que sí sé". En resumen hermanos, Warren conoce el sentido de la vida, pero por humildad no lo quiere decir". De nuevo, la humildad.

El sentido de la vida es un concepto relativo, es una dirección más que un estado. No puede observarse directamente, no tenemos una posición privilegiada, fuera de la vida, para vislumbrar qué es. Siempre que pensamos qué es la vida estamos avanzando en ella. La vida no se para y el hombre no se para; contemplamos y meditamos sobre la vida al mismo tiempo que la vivimos. Tomamos decisiones importantes sobre qué es la vida cuando en realidad ya hemos elegido; buscamos el sentido de la vida al mismo tiempo que ya lo hemos encontrado. Quizá sucede, como decía Montaigne, que la vida "debe ser para sí misma su propia aspiración", no tiene un sentido, no es algo a encontrar, ni un misterio a resolver, es un camino a seguir que sólo vale la pena en la medida en que lo vivimos y lo amamos. Unos siglos antes el Maestro Eckhart también recogía esta idea:

"Si nos preguntásemos sobre la vida durante mil años diciendo ¿por qué vivir? y hubiera una respuesta, no podría ser otra que ¡sólo vivo para vivir! Y eso es porque la vida es su propia razón de ser, mana de su propia fuente y fluye de continuo sin jamás preguntar por qué, sólo porque es vida"

El sentido de la vida es un concepto que surge cuando el hombre se descubre como un todo, un todo que se tiene que integrar en una comunidad. Es aquí cuando se prevé un conflicto entre dos totalidades, la totalidad individual, que tiene su propio fin, y la totalidad colectiva. Por tanto, hay un sentido de la vida individual y otro colectivo. Una cosa es el sentido de la vida como la posición de una persona en el mundo y otra el sentido de la vida como proyecto de una comunidad.

El sentido de la vida individual implica que cada uno se puede definir desde su propia idea, idea que constituye la totalidad para él. No obstante, el individuo debe integrarse en una comunidad que a su vez tiene unos fines que no son necesariamente individuales. Es aquí cuando se prevé un conflicto entre dos totalidades, la totalidad individual, que tiene su propio fin, y la totalidad colectiva, que tiene su propia autonomía. El sentido de la vida individual tiene relación entonces con la idea de encontrar la manera de socializarse y hacerlo de tal forma que al socializarse la persona encuentre la esencia de su propia identidad.

Por su parte, el sentido de la vida colectivo tiene relación con la cultura y determina el sentido de la vida individual. La historia de la cultura nos muestra que en los tres últimos siglos nos hemos liberado, algo que constituye un progreso en sí. Es obvio que en estos tres siglos ha existido un progreso científico, pero ¿ha habido un progreso moral?, ¿es el hombre de hoy mejor que el de hace tres siglos? Sí y no. Sí, porque en estos tres siglos hemos hecho una proeza, hemos tomado conciencia de nuestra dignidad como individuos, hemos liberado nuestras facultades y ampliado nuestro grado de libertad. Todo esto se refleja en las primeras constituciones concebidas como sistemas jurídicos que garantizan los derechos individuales.

Pero fuimos apresuradamente libres y aparentemente ricos y la libertad recién adquirida produjo una cierta vulgaridad moral; el tener una esfera ampliada de la libertad no quiere decir que hagamos un uso responsable, social, solidario, virtuoso de esa libertad. Ya no cabe hablar de liberación, pues es éste un lenguaje superado, sino de emancipación como uso cívico y responsable de la libertad.

Por tanto, el desafío actual está en hacer un uso responsable de la libertad, en ser libres juntos, en aprender a convivir. La convivencia es hoy el gran problema ético y en su resolución será clave la importancia de los límites. "Limitarse es extenderse", escribió Goethe, y redescubrir el sentido positivo de los límites para la convivencia es nuestro gran reto. La humildad será clave en la consecución de este reto, será la virtud que establezca los límites creativos a esa convivencia.

 

III


¿Crisis eterna?
Meta frente a adversidad...
¡Reta al destino!

Al abordar el sentido de la vida,  de llegar a nuestro destino, es clave la resiliencia.

El término proviene del latín resilio que significa volver atrás, dar un salto o rebotar;  inicialmente, hacía referencia a la capacidad de un metal concreto de resistir y ser flexible a determinadas pruebas con el fin de comprobar su calidad y la capacidad de recobrar su estado original.

La resiliencia implica así resistencia y flexibilidad. Aplicada a las personas, supone resistencia frente a las adversidades y flexibilidad para enfrentarse y sobreponerse a las dificultades.

Volvamos de nuevo al humus para lograr esa resiliencia; recuperemos nuestra realidad, nuestra naturaleza humana. La grandeza forma parte de la naturaleza, no la mediocridad.  No existe alma vil, decía Alain, sólo ausencia de alma. Cuando nos comportamos sólo como ciudadanos productivos estamos renunciando a aquello para lo cual estamos en este mundo, para marcar una diferencia, una diferencia que siempre incluya a los demás.

Grandeza no es ego, no es yo, es encuentro, son los otros. En este sentido, en el camino de la vida hay cuatro cosas que podemos hacer: encontrarnos, conocernos para comprender, comprender para aceptarnos y aceptarnos para superarnos. "Conócete, acéptate, supérate" que diría San Agustín. Conocerse bien supone hacer una aproximación objetiva a uno mismo, cuestión fundamental para dirigir la propia vida, pero ciertamente difícil. Aceptarse implica acogerse, recibirse, consentirse. Superarse es llegar más lejos, trascender, abandonando así la inmanencia, y tener la experiencia de lo trascendente en nosotros, de ser externos a nuestra propia historia.

En este camino no debemos dejar de lado el mundo emocional. Si bien Descartes defendió el dualismo de alma y cuerpo como entidades separadas e inauguró una nueva era, la era del racionalismo, del predominio de la razón, hoy sabemos que el conocimiento no basta. Lo que nos va a ayudar a superar el miedo existencial, el miedo a disfrutar, el miedo al obstáculo es la pasión y la fe. No obstante, la clave en el vivir no debe estar en la manera de sentir, sino en la manera de elegir.

En la vida nos encontramos con grandes obstáculos. La suma de pasión y entusiasmo que están en nuestro interior impulsados por la fe como certeza psicológica sin evidencia nos facilitarán su superación. Para recorrer este trayecto será necesario poner todo lo que somos en todo lo que hacemos.

Regresemos a la lucidez en este punto y pongámosla en relación con el optimismo. Recordemos que la lucidez es ese "sentido de tierra" del que hablaba Zaratustra, la aceptación de lo que somos y podemos. Es obvio que es mejor estar a flote que hundirse, ver la botella medio llena que medio vacía, aspirar a la alegría más que a la tristeza, pero a condición de no perder esa lucidez. Quizá la clave en este caso nos la daba Gramsci al recordarnos que "el pesimismo es de la inteligencia y el optimismo de la voluntad".

La persona positiva analiza su entorno, su realidad y centra toda su atención de forma activa y voluntaria en aquello de valor que hay en la adversidad, poniendo los medios para transformarla o adaptarse a ella. Por el contrario, las personas negativas sólo ven adversidad en la adversidad y hacen de ésta la totalidad de la realidad, sin tener en cuenta que es sólo una parte de ella.  Optimismo y pesimismo no son más que inclinaciones;  la elección de uno u otro no es cuestión de emoción, sino de atención. Ni uno ni otro están reñidos con la felicidad siempre que se aderecen con la lucidez. Asimismo, ni el optimismo es patrimonio de los simples, ni el pesimismo de los sabios.  Felicidad y simpleza, sabiduría y desencanto no están necesariamente condenados a entenderse. Ya los epicúreos decían que la vida no se puede entender adecuadamente desde la desdicha. Muchos años después, Héctor Lavoe en su canción El sabio nos recordaba que "si no tienes "felicidá", de sabio no tienes "ná".

Es importante enfocar el optimismo como un fenómeno de la atención y no como una emoción, buscar el tradicional lado bueno de las cosas y no el encontrarnos constantemente bien. Considerar el optimismo como emoción puede llevar a experimentar culpa ante los demás cuando no nos sentimos bien; asimismo, puede llevar al inmovilismo. Los defensores de la psicología positiva suelen hacer referencia a una frase de Epicteto que dice que "no nos hacen desgraciados las cosas, sino las ideas que tenemos acerca de las cosas"; para qué cambiar la realidad, basta con cambiar el estado de ánimo. No hay que olvidar que Epicteto fue un esclavo que no buscó de manera excesivamente activa su manumisión.

El optimismo nos lleva a otra cuestión, la autoestima, el aprecio a uno mismo. El fomentar en exceso la autoestima puede conducir al narcisismo y a prescindir de sentimientos considerados desagradables como la culpa o la vergüenza en aras de una buena salud afectiva.  Una alternativa a ese impulso desmesurado de la autoestima podría ser procurar el aumento de la seguridad en la capacidad de enfrentarse a las cosas. 

Culpa y vergüenza son sentimientos de los que no parece aconsejable desprenderse; establecen cierto control sobre la conducta individual en relación con los otros. No se pueden sentir en completa soledad. Son sentimientos hacia uno mismo a través de la mediación de otros. "Tengo vergüenza de mí mismo ante otros" diría Jean-Paul Sartre. Sin embargo,  no hay que olvidar que tanto la culpa como la vergüenza se han utilizado históricamente para manipular a las personas, pues son sentimientos vinculados al miedo. Tal vez acertaba Spinoza al hablar de estos sentimientos como la tristeza acompañada por la idea de alguna acción que imaginamos vituperada por los demás. 

 

IV

Diez años a tierra.

Enraizados.

Diez años con vida.

La vida no es tiempo. El tiempo es medida del mundo. Nos confundimos pensando que la realidad es el pasar del tiempo delante de nosotros, que es ese espacio presente entre pasado y futuro, que apenas podemos disfrutar, que nace y muere casi simultáneamente. De ese tiempo sólo poseemos el pasado por el recuerdo y el futuro por la anticipación; el presente sencillamente se nos va. Quevedo lo expresó de manera brillante en la siguiente estrofa:

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será y un es cansado.

El hombre ha permanecido siempre ahora, en un presente continuo. Somos una memoria quieta, que macera, que crece desde dentro en algo que no es tiempo, en algo en que simplemente vive de verdad; es éste nuestro sentido pleno.

Suenan acordes de despedida.
Los Secretos.
"Ayúdame y te habré ayudado".
Y todo queda en el pasado,
permanece en el recuerdo.

 

Adjunto
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Comments (4)

  • María José Gómez Yubero

    María José Gómez Yubero

    23 Enero 2013 at 14:15 | #

    Me ha encantado tu artículo/ensayo "diez años a tierra". Me ha recordado en parte el libro de Victor Frankl por lo del sentido de la vida y la resiliencia necesaria para alcanzar nuestro destino, y la humildad, el sentido del humor y el optimismo en la mochila para hacer el camino . Muy bueno, muy útil y muy bien escrito. Felicidades.

    reply

  • María Eugenia Cadenas

    María Eugenia Cadenas

    23 Enero 2013 at 17:53 | #

    Muchas gracias por tus palabras, María José. Me alegro mucho de que te haya gustado. Un fuerte abrazo.

    reply

  • Enrique Borrajeros Gallego

    Enrique Borrajeros Gallego

    28 Enero 2013 at 22:32 | #

    Un trabajo sensacional Mª Eugenia. Por si os apetece recordarlo, aquí tenéis los videos con las intervenciones de aquel día: www.abante10aniversario.com

    reply

  • María Eugenia Cadenas

    María Eugenia Cadenas

    29 Enero 2013 at 13:32 | #

    Mil gracias, Enrique. Abrazos!

    reply

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