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El control de las masas a través de la propaganda política - Artículo

Por todos es sabido que el fascismo es una ideología y movimiento político, nacido en Europa durante el período de entreguerras. El papel determinante que jugó en el SXX lo ha convertido en el centro de muchos estudios. No solo para analizar su proyecto político basado en un corporativismo estatal totalitario, y en una economía dirigista, sino para comprender otros factores de relevancia.

Quizás, uno de los puntos más interesantes de esta ideología, sea su base intelectual. Entre sus características más destacadas está el fuerte sentimiento nacionalista que conduce a la violencia, tanto de las masas adoctrinadas como de las fuerzas de seguridad del régimen contra lo que ellos denominan enemigos, a través de una poderosa campaña propagandística.

A pesar que dictadores como Lenin la usaron con gran soltura fue, sin lugar a dudas, Hitler el que mejor supo llevar a su terreno las técnicas de la propaganda para, así, controlar a las masas, justificar sus acciones, y expandir entre la sociedad alemana el sentimiento nacionalsocialista.

Paul Joseph Goebbels, ministro de propaganda del dictador alemán, fue una de las figuras claves del régimen nazi. Para este, la propaganda era un arma de guerra, un elemento fundamental con el que atraer nuevos adeptos a la causa, en este caso, del nacionalsocialismo. Su técnica se basó en una serie de  principios, dirigidos a controlar a la sociedad alemana y en exaltar todo lo que Gobierno nazi hiciera:

Principio de simplificación y del enemigo único: adoptar una única idea, un único símbolo.

Principio del método de contagio: reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo.

Principio de la transposición: cargar sobre el adversario los propios errores o defectos. Responder al ataque con el ataque.

Principio de  la exageración y desfiguración: convertir cualquier anécdota en una amenaza grave.

Principio de la vulgarización: toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida.

Principio de orquestación: la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente.

Principio de renovación: hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa.

Principio de la verosimilitud: construir argumentos a partir de fuentes diversas.

Principio de la silenciación: acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al adversario.

Principio de la transfusión: difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

Principio de la unanimidad: llegar a convencer a mucha gente de que piensa “como todo el mundo”.

Jean-Marie Domenach, escritor e intelectual francés, y autor del ensayo La propaganda política en 1950, nos dice textualmente que  “la propaganda  toma de la poesía la seducción del ritmo, el prestigio del verbo e incluso la violencia de las imágenes”. No es de extrañar, entonces, algunos elementos visuales utilizados para atraer a las masas, tales como el color rojo, al que se le atribuye una capacidad de crear excitación, siendo generalmente utilizados por los partidos de izquierda o revolucionarios.

Siguiendo con la propaganda hitleriana, un rasgo característico de esta era, precisamente, la de hacer del líder un héroe nacional. De esta manera se mantenía a las masas en un estado de esclavitud psíquica. En su libro, Mi lucha, Hitler aseguraba que la propaganda política era el arte de guiar políticamente a las grandes masas, afirmando, incluso, que gracias a la utilización de la misma, habían alcanzado el poder y podían conservarlo.

Un elemento fundamental de la propaganda hitleriana es que se servía del sentimiento nacional que el partido nacionalsocialista se había encargado de exaltar, así como la persecución antisemita y la demagogia social desenfrenada. Pero sin lugar a dudas no debemos olvidar uno de los elementos característicos del fascismo: la valoración positiva del uso de la violencia. En muy pocas ocasiones, en los discursos de Hitler no hacía un llamamiento a la violencia.

En palabras de Domenach, “el hitlerismo corrompió la concepción leninista de la propaganda e hizo de ella un arma en sí, de la que servirse indiferentemente para todos los objetivos”. Las consignas leninistas tenían una base nacional, aunque se adhieran en definitiva a unos instintos y a unos mitos fundamentales. Pero cuando Hitler lanzaba sus invocaciones sobre la raza y la sangre a una muchedumbre fanatizada, que le respondía con sus "Sieg Heil", sólo le preocupaba sobreexcitar en lo más hondo de ella el deseo de poderío y el odio. "Esta propaganda no designa unos objetivos concretos: se vierte en forma de gritos de guerra, de imprecaciones, de amenazas y de vagas profecías, y si hay que hacer promesas, éstas son tan insensatas que sólo pueden llevar al ser humano a un nivel de exaltación en el que éste contesta sin reflexionar".

 

Adjunto
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