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El rapto de Europa (Artículo)

Con la clarividencia del genio, Picasso interpretó “El rapto de Europa” pintando a la diosa, un ejemplo más de su época cubista, asida a un cuerno del toro que le acompaña. Si tuviera la posibilidad, ahora la pintaría asida a los dos. “Coger el toro por los cuernos”, es la expresión española de afrontar con valentía y decisión un problema. Ahora lo tenemos y de unas dimensiones incalculables. Lo cuentan los periódicos todos los días cuando relatan las indecisiones de los gobernantes y lo describen cuando, día tras día, relatan los efectos que tiene la crisis económica en casi todos los países de la Unión. Una crisis que ya cumple más de cuatro años, al menos en España.

La denominada "Crisis de la deuda" tiene numerosos perfiles, pero puede resumirse como el efecto producido por un exceso de endeudamiento que amenaza con provocar el hundimiento de las estructuras financieras europeas con la consiguiente generación de pobreza. Veinticinco palabras para resumir un "tsunami" que puede barrer de un plumazo al que es considerado como el primer mercado del mundo.

La apuesta es muy arriesgada pero, cogiendo al toro por los cuernos, hay que decir que la única solución, la alternativa al desastre, es la creación de una nación llamada Europa. Es evidente que da miedo a muchos pero, detrás de ciertos eufemismos como armonización fiscal, regulación centralizada, etc., la idea que subyace es la frustración de ver como, al no haber partido de ese concepto desde un principio, ahora se sufren las consecuencias de estos últimos treinta años, fecha de la entrada de Grecia en la entonces conocida como Comunidad Económica Europea.

Muchos la critican ahora, igual que critican la entrada, cinco años más tarde, de Portugal y España y, cómo no, la entrada de los países del este de Europa tras el derrumbe de imperio soviético a partir del 9 de noviembre de 1989, hace ahora  veintidós años. Muy probablemente, la fiebre de la Gran Europa no permitió ver el efecto que iba a producir la multidiversidad y, menos aún, el efecto de la instauración de una moneda única, el euro, sin establecer antes los soportes necesarios para afrontar lo que no dejaba de ser una aventura.

Muchos miran atrás y recuerdan como Alemania y Francia fueron los primeros en incumplir los requisitos y la "non nata" Constitución Europea, que se empezó a fraguar en 2003 y terminó de naufragar de hecho con el no de los franceses hace poco más de cinco años. Mucho ha llovido desde entonces pero, a día de hoy, parece que ya no es tiempo de críticas pero si de soluciones. La falta de realismo es, muy probablemente, la razón central de la paralización de la idea pero no parece posible ahora gestionar el futuro sin retomarla.

Por no muy lejanas experiencias, los españoles estamos acostumbrados a lo que se llama transición en el sentido político del término. De hecho hay una cierta añoranza de nuestra Transición y del espíritu que la rodeó. Las circunstancias no tienen nada que ver pero con el tiempo que ha pasado sí que podemos dar más de una recomendación. Precisamente fuimos sujetos directos de la primera piedra que se encontró la citada Constitución Europea cuando el eje hispano-polaco mostró su disconformidad con el papel dominante del eje franco-alemán, con los británicos y periféricos del Norte de espectadores. Tanto, que no quisieron entrar en el euro.
 
Naturalmente, la creación de una nación europea trae consigo la cesión de buena parte de la soberanía nacional pero realmente es eso lo que ya hicimos cuando apoyamos la creación del euro y trabajamos para no quedar descolgados. Entonces sabíamos que ya no podríamos dar a la máquina de hacer dinero pero es coherente si pensamos que esta crisis se ha provocado por poner el carro antes que los bueyes que, en este caso, representan una legislación fiscal única y, en consecuencia, una vigilancia supranacional.

Ya son muchos los que piensan que no hay otra salida frente al desastre de no hacerlo. De nada servirán las medidas que se han puesto encima de la mesa en las múltiples reuniones de jefes de estado y de gobierno, de ministros de economía, etcétera, si no se reconoce que la única solución posible es la creación de un estado continental que agrupe, por lo pronto, a los miembros de la Unión que han asumido el euro.

En España, la situación cuando comienza noviembre, viene definida por: el inicio de una campaña electoral que concluirá el 18 de noviembre; unas elecciones de incierto resultado el día 20; cinco millones de parados, que representan el 22 por ciento de la población activa total, que es de 18 millones de personas; una tasa de crecimiento nula en el tercer trimestre; un paro juvenil que supera el 40 por ciento; un déficit que se acerca al 8 por ciento; una deuda que, en su conjunto, es una losa para el sector financiero como ya conocemos; un problema político de calado con diferentes frentes, entre ellos la cuestión nacionalista; parte de las administraciones públicas en bancarrota; parte del sistema financiero patas arriba; y, para terminar, una serie de problemas que no son menores pero que necesitan un medio plazo como es la mejora de la educación, de la industria, del tejido empresarial y un largo etcétera.

¿Cómo abordamos la situación? ¿Se puede realmente gestionar una situación así? Son muchos los que abogan por una Transición, probablemente pensando más en el sentido de la responsabilidad demostrada por los sujetos más directamente implicados en la anterior que en otra cosa. Desde luego, independientemente de las medidas urgentes que hay que tomar, hay que pensar en un medio plazo y poner en un horizonte a diez años vista los objetivos porque España necesita una profunda revisión.

En este escenario, una transición europea paralela ayudaría. Naturalmente, habría que afrontar la cuestión del estatus que, como dice la Real Academia es la "posición que una persona ocupa en la sociedad o dentro de un grupo social", definición que habría que trasladar a la sociedad en su conjunto si hablamos del ámbito europeo. Lo que aterra es la indefinición y el no reconocimiento del problema a sabiendas que, si no se reconoce, no habrá forma de arreglarlo y, lo que es peor, será más grave.

Desde diversos foros se señala la falta de liderazgo como el principal obstáculo. A ello se refería el Nobel Krugman en un reciente artículo en The New York Times, pero no es el único. Desde diversos foros se alerta sobre este problema, entre otras cosas porque nadie quiere dar ventajas al adversario. Craso error. Si no hay nadie que "coja el toro por los cuernos", el rapto de Europa se habrá consumado.

  

Adjunto
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