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Homenaje a José Lázaro Galdiano - Un forjador de cultura (Artículo de Miguel de Unamuno)

Financiero, bibliófilo, gran coleccionista de arte y editor. La figura de Don José Lázaro Galdiano es para muchos difusa y su destacada faceta de editor es prácticamente desconocida para la mayoría. En el día del 150 aniversario del nacimiento de Don José Lázaro, el Consejo Editorial de Know Square rinde su particular homenaje a los editores y, en especial, a tan notable personaje, divulgando el artículo que Don Miguel de Unamuno dedicó a Don José Lázaro y que fue publicado en La Nación, Buenos Aires, el 8 de agosto de 1909.

Está otra vez ahí, en esa ciudad de Buenos Aires, José Lázaro.

Y ¿quién es José Lázaro?, se preguntarán, sin duda, al leer esto los más de mis lectores de La Nación.

Ahí entran a diario multitud de personas, unas más conocidas y otras menos, y la prensa da noticia de su llegada. Unos, como France, Blasco Ibáñez, Altamira, excitan la curiosidad pública –en los tres citados casos con harta justicia–; otros pasan casi inadvertidos, mas no, sin duda, sin llevar a cabo la parte de la labor que en la vida les corresponde.

La labor de José Lázaro por la cultura ha sido en España empeñadísima, tenaz, a las veces casi heroica. Este hombre benemérito ha tenido la virtud que aquí más escasea: la fe. Es un hombre a prueba de desengaños y reveses.

Hoy mismo leo en La Correspondencia de España un artículo de Maeztu titulado Un hispanista nuevo, y en que habla del libro de mi íntimo amigo Royal Tyler: Spain, her Life and Arts. Royal Tyler es, sin duda, un desengañado de nuestras cosas, pero no tanto como cree Maeztu. Y Royal Tyler tiene razón al decir que el rasgo predominante hoy aquí es el de un brutal, ingenioso y materialista escepticismo. El escepticismo, en efecto, el antiquijotismo, es lo que hoy aquí priva. Sansón Carrasco, el inventor de frases como aquellas de "menos doctores y más industriales", "más administración y menos política", "la cuestión es pasar el rato", etc., etc., Sansón Carrasco es el que rige nuestros destinos.

En un ambiente así es labor heroica la que desde hace más de veinte años lleva José Lázaro.

¿Y quién es este señor?, volverá a preguntar más de un lector después de haber leído todo esto. Pues José Lázaro es un editor, es el director de La España Moderna. ¡Bah!, exclamará más de uno.

Entre gente de letras el editor sirve para hacer a su costa ingeniosidades fáciles como las que se hacen a costa de las suegras y de los caseros. Pero a la gente de letras no debe en general hacérsele caso.

En la historia de la cultura humana hay editores que significan muchísimo más que los más de los autores a que editaron.

Fácil me sería aquí coger cualquier libro e ir haciendo la historia de aquellas dinastías de editores del Renacimiento, de los que dieron vida a la invención de la Imprenta. Pero sin remontarnos tanto, y atentos tan solo a nuestro propio tiempo, ¿qué persona culta no conoce a los Charpentier, Lévy, Hachette, Garnier, Zanichelli, Hermanos Bocca, Macmillan, Dent, Teubner, Tauchnitz, y aquí en España, Bailly-Baillière, Fe, Suárez, etc.?

Se cuenta, no sé con qué fundamento, que durante mucho tiempo estuvo Zola escribiendo novelas sin lograr apenas éxito alguno favorable. El público no fijaba en ellas. Y Zola seguía produciendo e iba levantando, ante la indiferencia pública, el formidable monolito de sus Rougon-Macquart. En alguna parte dejó escrito que cuando ya las gentes tropezaban con aquella mole empezaron a decirse: y éste ¿quién es? La verdad fue, me parece, que llegó una novela de escándalo –acaso fue Naná– y ésta sacó a todas. Y en este caso de Zola hay que ver quién era el que tenía más fe, si él mismo, Zola o su editor, Charpentier, que seguía editándole novela tras novela. El que un hombre tenga fe en sí mismo es meritorio siempre, cuando no es una locura; pero el que la tenga en otro hombre es más meritorio aún. Los que hayan leído mi Vida de Don Quijote y Sancho –que es mi evangelio– recordarán cómo hago resaltar ahí que el heroísmo de Sancho –y Sancho no fue lo que de ordinario se le supone, sino un honrado labrador profundamente idealista y heroico– consistía en creer en Don Quijote hasta cuando éste desfallecía. El heroísmo de Charpentier fue creer en Zola. Y Zola permaneció fiel a Charpentier hasta el último momento.

Y ahora permitidme un recuerdo personal. Hace ya años de esto que voy a contar.

Mi nombre era entonces, fuera de mi tierra nativa y de un reducido círculo de personas, desconocido. Llevé a La España Moderna el primero de mis ensayos: En torno al casticismo. Otro que no fuera Lázaro me lo hubiera rechazado de plano. Los ensayos aquellos –debo decirlo– no estaban construidos con arreglo a la pauta normal. Resultaban, sin duda, un tanto arbitrarios, de un estilo atormentado, a trechos enigmático, rudo. No había allí rastro de la muelle preocupación de redondear el párrafo. Y Lázaro me los publicó. Sospecho que alguien debió de preguntarle quién era aquel extravagante, pero tampoco faltó quien, como Cánovas del Castillo, se interesó por aquellos desahogos de un muchacho a busca de renombre. Clarín tomó mi nombre por pseudónimo. Y desde aquellos días en que hice en La España Moderna mis primeras armas he permanecido fiel a Lázaro, que fue quien primero me dio la mano.

En La España Moderna, en esta venerable y sólida revista, que es algo así como La Revue des Deux Mondes en Francia, sólo que con muchísima más amplitud de criterio que la francesa, en la revista de Lázaro, es donde he publicado lo que estimo mejor mío, lo más mío. Tengo el presentimiento de que de todo cuanto llevo escrito, los diversos ensayos publicados en La España Moderna han de ser lo que tenga más tiempo lectores, aunque no sea lo que los tenga más. Y nunca olvido a este respecto la frase de Gounod: "la posteridad es una superposición de minorías".

Se ha dicho que el Ateneo de Madrid fue en España el castillo roquero de la libertad de pensamiento y de conciencia. En el Ateneo podía decirse lo que en ninguna otra parte. A raíz de la Restauración, cuando Cánovas contenía con mano dura ciertas manifestaciones, en el Ateneo de Madrid podía decir cada uno lo que quisiera y se discutía en él libremente todo lo divino y humano. Pues bien, posteriormente, cuando se nos infiltró esta inquisición tácita y mansa que todavía dura, cuando la ramplonería empezó a prosperar bajo la paz del cansancio, cuando los diarios no admitían ciertas cosas por miedo al público y no a las autoridades, era La España moderna el castillo roquero de la libertad de conciencia.

Difícilmente habrá habido una revista más amplia, más comprensiva, más hondamente liberal que La España Moderna. La colección de esta revista es acaso el monumento más sólido a la cultura española en estos últimos veinte años.

Y La España moderna ha llevado anexa una editorial, en la que se han publicado muchas de las traducciones que más han influido últimamente en la formación del pensamiento patrio. Para esta casa traduje: La Historia de la Revolución Francesa, de Carlyle; el libro de Wolf sobre la Literatura castellana y portuguesa; la Estética, de Lemcke, y algún otro. En ella han aparecido obras de Aguanno, Concepción Arenal, Bagehot, Baldwin, Boissier, Buisson, Bunge (el argentino), Darwin, Doellinger, Dorado Montero, Engels, Emerson, Fichte, Fitzmaurice-Kelly, Fouillée, Garófalo, George, Gladstone, Goethe, Goschen, Grave, Green, Gumplowiez, Guyau, Heine, Hoffding, Martin Hume, Huxley, Ihering, Kidd, Kropotkin, Lemonnier, Leroy Beaulieu, Lombroso, Lubbock, Macaulay, Martens, Max Müller, Monseñor Mercier, Meyer, Mommsen, Nansen, Neumann, Nietzsche, Novicow, Quinet, Renan, Ruskin, Sainte Beuve, Sighele, Schopenhauer, Savigny, Spencer, Sthal, Stirner, Stuart Mill, Summer-Maine, Taine, Tarde, Wallace, Wolf, Wundt y otros. Esta Biblioteca de Jurisprudencia, Filosofía e Historia ha sido para España como la Bibliothèque de Philosophie Contemporaine que edita en París Alcan, aunque acaso con un criterio más amplio, no tan científicoortodoxo como el de ésta.

Y hablo de criterio científicoortodoxo porque la ciencia, o más bien los que toman su nombre, tienen en cada época una ortodoxia no  menos intransigente y estrecha que la religiosa.

Además de esa biblioteca ha editado Lázaro Vidas de personajes ilustres, más de treinta y cuatro, y la Colección de Libros Escogidos, a tres pesetas tomo, de que van publicados ya ciento cuarenta. Esta colección empezó con La sonata de Kreutzer (estaría mejor "a Kreutzer"), de Tolstoi, que tanta impresión produjo aquí, en España, y en ella se han publicado otras obras de Tolstoi, y de Turgueneff, Goncourt, Barbey d’Aurevilly, Zola, Daudet, Renan, Dostojewsqui, Ibsen, Balzac, Taine, Lombroso, Kropotkin –cuyo libro La conquista del pan creo fue en esta colección donde se publicó en España –Cherbuliez, Tarde, P. Merimée, etc.

Después han venido otras bibliotecas, más baratas acaso, pero menos escrupulosas, no tan bien seleccionadas, y para el gusto de la galería. Así como después de La España Moderna han salido a luz otras revistas, que responden a otros gustos y a otras necesidades intelectuales, pero que no pueden substituirla. Los meros literatos, los que sólo buscan amenidad y ligereza, los jóvenes que se alistan para poetas, podrán tal vez preferir alguna de estas otras, pero es, sin duda, La España Moderna la que más merece ser archivada. Alguna otra se ha fundado que se le parece, revista de las que suelen llamarse por antonomasia serias, de estudios críticos, de filosofía, historia, literatura, ciencias y artes; pero es una revista de eruditos y... Y de los eruditos en España os hablaré otra vez.

Toda su enorme labor, en un público lento y receloso, ha permitido a Lázaro dar la mano a no pocos jóvenes estudiosos que buscaban su camino. Yo lo he recomendado a varios de ellos, y no podrán quejarse del que primero me dio la mano en mi carrera.

Y no basta dar a uno la mano para que éste se lo agradezca de por vida: el agradecimiento depende del modo como a uno se le ayuda. No agradecemos el favor, sino la manera como nos lo hacen. Olvidamos un socorro pecuniario y recordamos siempre una palabra de aliento. Y puedo aseguraros que no he conocido protección más delicada, más noble, más franca que la de Lázaro. Hay quien con la mejor voluntad, cuando hace un favor o un servicio, hiere, aun sin quererlo. Todo lo contrario es Lázaro. "Hay algo embarazoso siempre en eso de pagar y cobrar" –me decía un amigo mío que ha traducido mucho para la casa Lázaro– "y en el modo de pagar y de cobrar se conoce a los caballeros". "Y le aseguro a Vd. –me añadía– que no he encontrado en esto caballero como Lázaro; cuando voy a su casa, hablamos de mil cosas, de amigo a amigo, y al salir me encuentro, sin saber cómo, con el dinero en el bolsillo".

Y es que este hombre, que tanto ha hecho por la cultura española es cultísimo, y ha hecho todo eso en obsequio de la cultura y no precisamente del lucro. Su obra ha sido en gran parte una obra quijotesca, y, por serlo, lleva un sello que les falta a empresas parecidas, en lo exterior al menos, pero de hombres tal vez sin cultura, que sólo perseguían el negocio. Para ser editor al modo entre nosotros desgraciadamente común, no hace falta ni aun saber leer y escribir. No falta quien diga que esto estorba, añadiendo groseramente que el tabernero no debe ver sino agua. Y así podrá acaso hacerse fortuna –y no siempre–, pero no se hace cultura.

Persíguese entre nosotros todavía el libro barato, como, v.gr., los que componen la colección inglesa titulada Everyman’s Library, que publica J. M. Dent and Co., a chelín cada tomo encuadernado en tela, de los trescientos cincuenta que lleva publicados, y en los que figuran las obras de Dickens y de Walter Scott, en un tomo cada novela. Pero a esto aún no hemos llegado. Es cuestión de consumo y cuestión también de mayor carestía en la producción.

Y volviendo a Lázaro he de deciros que a otras personas con quienes he tenido tratos y contratos las busco para el negocio, estimándolas si son honradas y leales en él, pero a Lázaro lo he buscado siempre como amigo ante todo. En aquella su casa, que es un museo, llena de preciosidades artísticas, de cuadros, de tallas, de muebles antiguos de toda especie, de objetos de arte seleccionados con la más exquisita inteligencia, en aquella casa radiante de reflejos de pasadas grandezas, me era un encanto hablar con Lázaro de arte, de literatura, de cultura en general. Ya allí en su casa es donde hay que buscarlo, pues no acude a cotorrillos, "peñas" y tertulias de desollamiento mutuo, ni pertenece a asociaciones de prensa o de bombos mutuos. Cuando se le ha encontrado fuera de su casa, ha sido de paseo, en una biblioteca u oyendo alguna conferencia que mereciera ser oída.

En aquella casa, en que tan buenos ratos pasé, y donde oí palabras de aliento cuando más reciamente luchaba con la indiferencia de la mayoría del público y la hostilidad de la minoría de él; en aquella casa, en que primero se me dio trabajo y más que trabajo fe; en aquella misma casa-museo conocí a no pocos literatos. Allí se celebró una fiesta durante los días de celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América, y allí estreché por primera vez la mano de algunos de mis mejores amigos americanos.

Si continuando mis Recuerdos de niñez y de mocedad sigo escribiendo mi autobiografía, en derredor de Lázaro y de su casa tendrá que trazar no pocas páginas de ella, para mí las más interesantes acaso, las referentes a mis comienzos de publicista. Si esos comienzos no fueron para mí tan dolorosos como para otros pueden ser, déboselo a la generosidad de unos pocos, muy pocos amigos, y en primer lugar de ellos, Lázaro.

No faltará lector malicioso –éste le hay siempre, pues hay quien lee más con malicia que con la inteligencia– que suponga pago con este artículo algunos servicios. Ruin sea quien por ruin me tenga. Si yo trabajé para la casa editorial de La España Moderna, su director me pagó mi trabajo en lo que estipulamos, y asunto concluido. El que debe y paga, no debe nada, dice el refrán. Pero lo que no puede olvidarse es la ayuda espiritual, es la voz de aliento y de consuelo, es el entusiasmo por la cultura.

Lázaro, que es, lo repito, hombre cultísimo, ha  hecho de su casa un museo donde se aprende mucho, ha viajado mucho y ha dado conferencias muy interesantes sobre sus viajes; pero su labor, su honda labor de generosidad patriótica, de liberal cultura, ha sido su labor editorial. De lo que otros han hecho negocio, y alguna vez negocio vil, ha hecho él obra de patriotismo y de educación. Tengo que repetirlo: su obra ha sido una obra quijotesca.

Y ahora que él se encuentra ahí, en esa tierra argentina, de donde es la compañera de su vida, me creo en el deber de saludarlo desde estas columnas y de presentarlo a mis lectores de La Nación. Y puedo añadir que si aquí me estáis leyendo con alguna frecuencia, a él, a Lázaro, más que a otro se lo debo, pues sin él no sé si acaso hubiese tenido que colgar mi pluma.

 

MIGUEL DE UNAMUNO
Salamanca, julio de 1909 

 

 

Adjunto
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