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Los placeres ocultos de la vida - Reseña del libro de Theodore Zeldin - Finalista Premios Know Square 2015

Resumir el libro de Theodore Zeldin, Los placeres ocultos de la vida. Una nueva forma de recordar el pasado e imaginar el futuro, es una tarea compleja y posiblemente inútil. En primer lugar porque aborda veintiocho preguntas -a una por capítulo- de lo más variopinto e inconexo como ¿cuántos países podemos amar a la vez?, ¿cómo se adquiere el sentido del humor?, ¿qué otras cosas podemos hacer en un hotel?, o ¿qué significa estar vivo? Y en segundo lugar, porque a lo largo de 400 páginas no parece responder a ninguna de ellas. No al menos de una forma clara, ordenada o estructurada. Una lectura que busque la lista de los anunciados “placeres ocultos” chocará contra la elegante sutileza de Zeldin, y acabará con la sensación de haber pasado un rato entretenido pero habiendo visitado únicamente lugares comunes, no sabiendo en definitiva qué nos quiere decir el autor.

Theodore Zeldin, Señor de Montaigne

No es el primer libro que se escribe de estas características. Theodore Zeldin tiene en sus intereses y forma de escribir enormes similitudes con Michel Eyquem de Montaigne, el gran filósofo francés de finales del siglo XVI que inició el género literario del ensayo, con su libro homónimo Essais o Ensayos.

Montaigne también aborda cuestiones de lo más heterogéneo en sus Ensayos, desde ¿cómo evitar ahogarte en una discusión sin sentido con tu mujer, o con un criado?, o ¿qué le dices a tu perro si quiere salir a jugar, pero tú quieres quedarte en tu escritorio escribiendo un libro?,  hasta ¿cómo animar a un vecino que llora?

Algunas son abiertamente comunes entre Zeldin y Montaigne, como la sexualidad, las relaciones de pareja o la vejez. Otras más sutiles. Un ejemplo: conocemos a través de sus escritos la extraordinaria amistad que unió a Montaigne con Étienne de La Boétie, mientras que Zeldin se plantea en Los placeres ocultos ¿qué hacer ante la escasez de almas gemelas?, donde trata las dificultades actuales de lograr una amistad como aquella.

Y no sólo les une la variedad de temas originales, sino también la forma de abordarlos. Sarah Bakewell, en su muy recomendable biografía de Montaigne comenta que los Ensayos “siguen la corriente de la conciencia de su autor sin intentar hacer un pausa o contenerla. Una página típica de los Ensayos es una secuencia de meandros, curvas y divergencias. Hay que dejarse llevar, esperando no volcar cada vez que un cambio de dirección te hace perder el equilibrio <…> Montaigne deja que su material vaya fluyendo y nunca se preocupa si ha dicho una cosa y lo contrario en la página siguiente”. Parece que Sarah Bakewell estuviera hablando de Zeldin…

Pero bajo la aparente cotidianidad o extravagancia de algunos de los temas que caóticamente exploran  tanto Montaigne como Zeldin se descubre una poderosa forma de concebir el mundo, de entender cómo vivir la vida, que en el caso de Montaigne ha cautivado a generaciones y en el de Zeldin probablemente lo hará, al menos según el Independent on Sunday, que le considera “una de las cuarenta figuras mundiales cuyas ideas probablemente tendrán una influencia perdurable en el nuevo mileno”.

Los paralelismos entre la obra de Theodore Zeldin y Michel de Montaigne son innumerables, pero quizá sea más interesante aún el gran abismo que los separa. Para Montaigne, el objeto de estudio fundamental es él mismo, como medio para crear un espejo en el que otras personas puedan reconocer su propia humanidad. No en vano pasó más de veinte años de su vida prácticamente encerrado por su propia voluntad en una torre, leyendo y escribiendo sobre todo lo que se le pasaba por la cabeza.

En cambio para Zeldin “conocerse únicamente a sí mismo es cerrar los oídos a los gritos que nos llegan a través de la historia”. Es una visión reduccionista, parcial, aburrida y sesgada del mundo. Para aprehender la realidad de la vida en su globalidad es necesario, o cuando menos es atractivo e interesante, tratar de verla con los ojos de todos los demás hombres. “No sabré lo que significa la vida hasta que cada persona me revele lo que ha encontrado o dejado de encontrar en la vida. Por mí mismo sólo puedo ver un minúsculo rincón del universo”.

La fórmula Zeldin

Por eso una de las constantes en el pensamiento de Theodore Zeldin es la “conversación”, a la que, con ese título, dedicó su anterior libro1. En el de Los placeres ocultos esa conversación la mantiene con personajes históricos o contemporáneos de diferentes culturas -no todos ellos necesariamente conocidos, a los que escoge “porque han dejado testimonios personales especialmente sinceros”- para “tratar de entender lo que ha significado estar vivo a lo largo de los siglos y en distintas civilizaciones”. “Quiero librar los recuerdos” escribe Zeldin “de las pesadas cadenas de la cronología, y yuxtapongo hechos e ideas de diversos contextos para iluminar su significado universal”.

Pero no todo diálogo es válido. “Hay mucha charla, pero una charla no es una conversación, que es el motor del pensamiento”. “Todos estamos constantemente adoptando, descreyendo o malinterpretando restos de pensamientos pasados, y solo de vez en cuando damos a luz nuevos pensamientos. Una conversación que nos lleve a reordenar estos pensamientos antiguos puede sorprendernos, indignarnos, estimularnos o tranquilizarnos, y puede ayudarnos a entender qué pieza falta en nuestra vida”. “Sólo estamos vivos si podemos alumbrar pensamientos nuevos, que nunca hemos tenido, y sentirnos inspirados por lo que piensan los demás”.

Es este tipo de diálogo el que Zeldin establece en su libro con los personajes escogidos, que le “lleva a una conversación en la que me pregunto qué otras respuestas son viables hoy en día, qué oportunidades perdimos en el pasado y qué nuevas posibilidades se han abierto desde entonces”. Esa es su fórmula para crear pensamiento nuevo. “Ante un objeto, una persona o una situación nueva me pregunto no solamente qué es, sino de qué otra forma podría ser. Siempre me estoy preguntando: ¿podría ser de otra manera?”.

Para las bibliotecas públicas, por ejemplo, propone que “no sólo presten libros, sino que también los creen. Podrían facilitar y acumular autorretratos en los que la gente explicara qué ha significado su vida y qué quiere contar sobre ella. Las bibliotecas serían el lugar donde los lectores podrían descubrir cómo beneficiarse del talento y las esperanzas de sus vecinos”2.

O en el caso de los hoteles considera que “podrían convertirse en una herramienta muy útil para apreciar los enigmas de los desconocidos y comprender los misterios de los vecinos <…> podrían desempeñar un papel esencial en las relaciones internacionales y el diálogo de civilizaciones <…> podrían organizar encuentros entre los viajeros y la gente del lugar”…

Y así sistemáticamente con cada una de las cuestiones que aborda en el libro, que según el propio Zeldin podrían agruparse en cinco grandes temas:

“En primer lugar investigo las salidas inexploradas de individuos que se sienten desamparados, aislados, menospreciados por los demás o frustrados <…> me centro en lo que sucede cuando dos personas se conocen y amplío la idea de pareja”.

“A continuación exploro el comportamiento de las personas que pertenecen a grandes grupos, como una nación o una religión”.

El tercer tema es “la historia de las relaciones entre los hombres y las mujeres” donde señala “cómo disolver algunos puntos enquistados para hacerlas más fluidas”.

El cuarto es el trabajo y los negocios a los que trata de “otorgar un nuevo significado y una filosofía más estimulante”.

Y “los capítulos finales los dedico al arte de reflexionar sobre el transcurrir del tiempo”, analizando el proceso de envejecimiento y qué significa realmente estar vivo.

El placer de escuchar a Zeldin

Sin ser obviamente un libro de empresa al uso, las observaciones de Theodore Zeldin en Los placeres ocultos sobre el trabajo podrían por sí solas justificar su consideración como un libro recomendable para ejecutivos o empresarios. Pone de manifiesto lo frustrante que es el trabajo para muchas personas, el exceso de especialización al que hemos llegado, la limitación de libertad que supone el liderazgo y propone fomentar la conversación, utilizar el arte o replantearse la ambición y la competición, entre otros muchos aspectos y sugerencias.

Pero no son estas reflexiones y propuestas sobre el trabajo las que han justificado a ojos del Jurado de los Premios Know Square su inclusión como uno de los libros más recomendables del año para personas de empresa. La razón fundamental ha sido su capacidad para mostrar cómo descubrir la realidad desde otras perspectivas que por lo general permanecen ocultas. La disciplina de cuestionar sistemáticamente el análisis comúnmente aceptado de la realidad. El empeño en buscar oportunidades detrás de lo evidente.

Y fue un acierto como pudimos comprobar en la intervención que Theodore Zeldin tuvo en la entrega de la quinta edición de los Premios Know Square (ver video), pues nos honró con su presencia este erudito considerado por la Magazine Littéraire como “uno de los cien pensadores más importantes del mundo”.

Por si fuera poco, reflexionando en Los placeres ocultos sobre ¿qué merece la pena saber?, Zeldin escribe “los autores que se han pasado años escribiendo un grueso libro necesitarían hacer un gran esfuerzo para resumir su contenido en un par de páginas, sobre todo porque no se imaginan a quién podría interesarle”. En gran medida, esta es una de las principales razones de ser de Know Square.

 

Notas

1 En la entrega de la quinta edición de los premios Know Square, Antonio Garrigues comentó que recientemente les había regalado el libro “Conversación” tanto a Mariano Rajoy como a Artur Mas con evidentes escasos resultados.

2 Una de las iniciativas más queridas de Theodore Zeldin es su fundación “La Musa de Oxford” (www.oxfodmuse.com), donde precisamente anima a la gente a redactar breves autorretratos, describiendo su vida cotidiana y las cosas que han aprendido. Para Zeldin, la autorrevelación compartida es la mejor manera de desarrollar confianza y cooperación en todo el planeta, reemplazando los estereotipos nacionales con gente real.

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