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Aprendiendo de la vida (El libro abierto de la Actitud)

Estoy llegando de una visita con el Vicepresidente de Recursos Humanos de uno de los bancos más grandes de la República Dominicana. Hemos estado hablando distendidamente sobre las diferencias entre los cursos tradicionales de capacitación, esos de un par de días en formato “one-shot”, y la formación que provoca el cambio en las organizaciones. Esto del “one-shot” del que hablan acá, lo utilizan para estas sesiones de formación que empiezan y acaban de una vez, en muy corto espacio de tiempo. En castellano antiguo sería algo así como un chute, como un lingotazo, que suena mal, pero un poco mejor.

Hablábamos de las ventajas de las formaciones alargadas en el tiempo, en las que las personas, a base de repetir hábitos, los acaban por introducir en su forma de hacer, lo consideran un verdadero aprendizaje. De hecho, su departamento de formación se llama unidad de aprendizaje. Porque para que algo cale, para que una formación sea buena, tiene que existir el aprendizaje. Y no sólo en un sentido. El profesor aprende cada día de cada clase. Dicen que la mejor manera de aprender es enseñando, y por eso le tengo tanta admiración y tanto respeto a esta bella profesión. Por eso, y porque no me deja de enseñar que tengo muchas cosas por aprender.

Hago esta larga introducción porque acordé con Know Square que contaría en unas líneas mi experiencia personal en estos casi dos años de reinvención personal. Veinte años en un banco de primera línea, algunos de los últimos con posiciones directivas, serían difíciles de mejorar en términos de aprendizaje, si uno no tuviera la mente muy abierta. Escribía en mi blog www.raulcastro.es hace unos días, que para que una actividad sea sostenible y exitosa en el tiempo, se han de dar estos tres factores:

  • Que estés preparado para ello.
  • Que te brillen los ojos sólo de pensarlo.
  • Qué puedas vivir de ello.

Muchas personas realizan sus tareas profesionales sin alguno de estos tres elementos, lo cual genera mucha insatisfacción en ocasiones. O bien porque no estás preparado, o bien porque no te haga vibrar lo que haces, o bien porque no te dé para vivir. Sin los tres elementos al tiempo, la cosa no va a ir bien en el largo plazo.

Por eso, a veces, un cambio de trabajo, una situación difícil en la empresa, un despido, puede esconder una excelente oportunidad de cambio o un drama de impensables consecuencias. Todo depende de cómo se tome. "Lo importante no es lo que te pasa, sino lo que haces con lo que te pasa". Esta es una frase que he tenido presente estos últimos años, y aún no sabiendo bien de su autoría original, la he utilizado ya en muchas ocasiones. De cómo tomemos lo que nos pasa, va a depender el lugar al que acabaremos llegando. Por eso es tan importante mantener una actitud positiva frente a los cambios, frente a los posibles reveses que nos vaya a dar la vida, porque quizá detrás de ellos se escondan oportunidades impensables.

Uniendo todo lo anterior, cuando salí del banco donde había trabajado por veinte años, decidí comenzar una nueva vida profesional y me metí de lleno en el mundo del aprendizaje, manteniendo mis clases de dirección estratégica en el prestigioso MBA internacional de La Salle, y fundando mi propia consultora de estrategia y personas en las organizaciones, sirviéndome de mis largos años de experiencia en ambas facetas. Varios clientes después de empezar, se cruzó la oportunidad de cruzar el charco y venirme al Caribe. Impulsar una escuela de negocios con un potencial enorme, en una tierra de enormes oportunidades y recursos suficientes, reunía el atractivo necesario para decir que sí pensándolo poco. Y eso es lo que hice, hacer las maletas y repetir el trayecto que hiciera Colón hace más de quinientos años. Porque a esta tierra es a la que llegó, movido por una inquietud similar, la de encontrar nuevas rutas comerciales a la India por el otro lado, muy probablemente animado por la saturación que los mercados tenían en las rutas tradicionales.

Todas estas experiencias están sumando innumerables anécdotas, sucedidos, buenas experiencias, fallos memorables, aciertos brillantes, dudas casi metafísicas, certezas existenciales, conocimiento de personas increíbles, retos difíciles de gestionar, situaciones complejas, ideas innovadoras, opiniones muy valoradas, conversaciones curiosas…. Todo esto no lo habría tenido, de haber continuado en aquella empresa, una casa en la que aprendí muchas cosas, pero para la que el tiempo ya se había agotado. Claro que, con los cambios, uno también gana en inseguridad, en dudas, en incertidumbres, pero eso es el estado natural del ser humano. La certeza del salario, la pensión, el subsidio, son conceptos muy modernos. ¿200 años?, ¿300? Nada, comparado con los veinte millones de años que tiene el ser humano en la tierra. Mi reflexión es que si hemos permanecido 20 millones de años buscándonos el sustento casi a diario como especie, estamos preparados para seguir haciéndolo. Lo que ocurre es que parte de la raza humana que sobrevivimos, la de los países industrializados, hemos crecido pensando que sin un salario, sin un sueldo, sin un trabajo, no éramos nada. No sólo eso, sino que todo lo que fuera perderlo, suponía un grave retroceso en el ámbito profesional y qué decir en el plano personal.

Merecería la pena hablar del concepto del emprendimiento como una plausible alternativa a los males que aquejan a nuestros mercados de trabajo más cercanos. Emprender en este lado del planeta en el que ahora estoy, con la influencia norteamericana por bandera, está muy bien visto, y fracasar e intentarlo de nuevo, también. Hacerlo en nuestro querido país no siempre ha sido así. En ocasiones, demasiadas, nos han puesto el prototipo de empresario como ese ser que explotaba a la clase trabajadora y que sólo buscaba el beneficio propio. Yo lo he recibido en un correo esta misma semana de una persona cercana. No estoy hablando del pleistoceno. Hay muchas personas que siguen pensando que los empresarios son sólo un mal mayor de las sociedades. La cultura del pelotazo nos hizo mucho daño, sí, pero no hay que olvidar que el tejido empresarial, hasta hace poco tiempo, estaba formado por un 90% de pequeñas y medianas empresas, que son las que generan la mayor parte de los puestos de trabajo.

Hay que volver a reivindicar la figura del emprendedor, como aquel que apuesta sus dineros y sus sueños, en base a una idea para cubrir un hueco en el mercado. Alguien que busca mejorar cada día, que no se conforma con lo que hay, y le da a la sociedad un producto o servicio, a cambio de un modo de vida para él y sus trabajadores. Y ya no digo que la sociedad deba admirarlo, que debería, sino ayudarlo a que salga adelante desde todas las instituciones posibles. Porque sólo con el empuje de las gentes de los países, éstos salen adelante. Y el que no esté de acuerdo, pues perfecto, pero que se eche a un lado y que por lo menos no estorbe.    Una nueva forma de abordar los retos del futuro ha llegado, y está aquí para quedarse. No valen las viejas recetas, no vale aquello que nos sirvió, el tiempo ya no es el mismo. Dicen que uno no se baña dos veces en el mismo río, porque cuando uno vuelve, ni es el mismo agua, ni uno tampoco es el mismo.

La vida en este año y medio me ha demostrado que "si te mueves, el mundo lo hace contigo", que es una frase que oí hace años a la tiradora paralímpica española de esgrima, Gemma Hassen-Bey.  Es tiempo de mirar al futuro de frente, proponerse nuevos retos y nuevas metas, calzarse las zapatillas, y a reinventarse una nueva vida en la que llevar las riendas de tu destino. No queda otra. Eso o lamentarse por las esquinas por la mala suerte, por aquello que pudo haber sido y no fue. Y mira, uno no está para sofocos.

Buena travesía y buen aprendizaje.

Adjunto
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