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La tecnología toma el mando (Artículo)

Que la tecnología se haya convertido en el motor de la economía, queda fuera de toda duda, pero que llegue a evolucionar de forma autónoma o que se convierta en la dueña de nuestro destino, eso parece quedar relegado al terreno de la ciencia ficción. Cuando se habla de crisis financiera, la ciudadanía centra toda su atención en los especuladores y demás buitres financieros que se llenan los bolsillos a costa de los demás, pero pocos caen en la cuenta que las transacciones gigamillonarias que ...

Que la tecnología se haya convertido en el motor de la economía, queda fuera de toda duda, pero que llegue a evolucionar de forma autónoma o que se convierta en la dueña de nuestro destino, eso parece quedar relegado al terreno de la ciencia ficción. Cuando se habla de crisis financiera, la ciudadanía centra toda su atención en los especuladores y demás buitres financieros que se llenan los bolsillos a costa de los demás, pero pocos caen en la cuenta que las transacciones gigamillonarias que se mueven en esos entornos, se hacen a golpe de tecla, es decir, el enriquecimiento o la ruina se consiguen con un solo clic. Notarios, interventores, abogados y una larga lista de intermediarios legales, han sido sustituidos por unas claves y unas firmas electrónicas, que pueden ser descifradas por cualquier hacker que se precie de serlo.

Primero cada cinco años, luego anualmente y ahora cada mes o incluso semana, se lanzan al mercado artilugios de última generación que superan con holgura las prestaciones de la generación anterior. Cualquier máquina o dispositivo inteligente podría quedar obsoleto antes de que empiece a ser utilizado. Además de las consecuencias económicas de esta obsolescencia prematura, que convierte a muchas de las prestaciones de nuestros dispositivos en non-natas, está el no menor problema de la incapacidad de la sociedad para adaptarse a un progreso desenfrenado que le viene grande. Lo paradójico de de esta evolución es que de cada cacharro no llegamos a emplear mas del cuarenta por ciento de sus funcionalidades.

El concepto de ordenador central 70’s, estuvo basado en la centralización de los recursos, consecuencia de las economías de escala. Con la aparición de los miniordenadores, fruto del desarrollo industrial de circuitos cada vez mas integrados, se logró una cierta cuadratura del círculo, la centralización descentralizada. Esta nueva filosofía corrió pareja con la verticalización de las empresas, pues cada una de sus áreas de actividad podía disponer de sus propios equipos informáticos, sin perder cohesión entre ellas mediante un sistema único de gestión y control globales.

Durante los 80’s, redes de ordenadores y arquitectura cliente/servidor, sentarían las bases de un mayor grado de descentralización, siguiendo los principios de lo que podría denominarse, federalismo digital; cada una de las partes funcionaba con casi total autonomía, aunque todas ellas eran coordinadas y planificadas estratégicamente desde el núcleo.

Los avances logrados en la microelectrónica y las telecomunicaciones hicieron posible una casi total descentralización del poder digital hasta límites insospechados, y con la aparición de Internet a principios de los 90’s, el equipo terminal de antaño utilizado como interface por el usuario final, se convertiría en auténtico principial. La periferia toma el mando, y el cliente se erige en rey.

En esta evolución de la tecnología y su impacto en el mundo de la sociedad en general y de la empresa en particular, es difícil identificar quien impacta a quien, si la tecnología a las empresas, o la evolución organizativa de estas es la que condiciona el progreso de aquella; de acuerdo con los estudios realizados a nivel internacional, parece haber quedado claro que el dilema del huevo y la gallina se ha decantado definitivamente en favor de la tecnología. Nosotros diseñamos nuestras máquinas y luego ellas nos diseñan a nosotros.

A lo largo de la historia han aparecido ideologías y tecnologías disruptoras, nuevos paradigmas que han permitido abandonar una senda de progreso, para continuar nuestra peregrinación por sendas innovadoras pero de recorrido ignoto. Uno de los grandes cambios sociales que se está ya produciendo, es la paulatina desaparición de los intermediarios, y la crisis de los medios de comunicación dan buena prueba de ello.

Sin apenas darnos cuenta, la economía global parece que va alcanzando niveles de autocontrol progresivo; el grave inconveniente es que en este tipo de sistemas si se produce un cierto fallo de funcionamiento, la avería podría irse extendiendo hasta la autoaniquilación del sistema sin solución de continuidad.

Parece que las reservas de gaseosa se han acabado y que ahora los experimentos deben hacerse mediante el método de prueba y error, nada que objetar, salvo que el error recaerá siempre en las espaldas de los ciudadanos que hayan sufrido el experimento. El problema se agrava porque en Internet parece que todo es posible y que además las nuevas aplicaciones se ponen en marcha en un suspiro, sin tener para nada en cuenta los efectos colaterales que pudieran producirse.

Si la tecnología es demasiado importante como para dejarla solo en manos de los tecnólogos, parece quedar claro que todo gestor tendrá que demostrar un FED (Factor de Experiencia Digital) que asegure una toma de decisiones acorde con el nivel tecnológico alcanzado en el área en que estuviera ejerciendo su gestión.

Si en el ciberespacio se tiene la sensación de que cualquiera puede ser un e-mprendedor podríamos llegar a la conclusión que debemos arrumbar todo lo que tuviera como infraestructura la web 1.0 y abrazar sin rechistar el paradigma 2.0. El papel es muy sufrido pero la mayor dificultad de este tránsito no radica en los problemas técnicos a los que habrá que hacer frente, sino en la dificultad de hacer coexistir, durante algún tiempo lo viejo con lo nuevo.

Los cacharros inteligentes, han pasado ya a formar parte de la vida real y virtual. De nuestra capacidad para convivir de forma inteligente con la tecnología podría depender gran parte de nuestro futuro.

Adjunto
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