Gracias por traerme (Artículo)
Como anécdota apuntaré aquí que ayer mismo mi hijo de doce años, experto en todo tipo de juegos de Nintendo, de pc, profundo conocedor de los entresijos de mi Ipad y sus apps, me preguntó mientras aporreaba las teclas de mi nuevo Macbook: Papá, ¿qué es un fax? Encontró este término ayudándome a pasar contactos desde el viejo ordenador. Un fax. Algo tan moderno y tan viejo. Las cabinas de teléfono duraron más de cuarenta años, pero el fax se ha muerto antes de los veinte.... A esta velocidad, no queda otra que adaptarnos al entorno lo antes posible. Hoy, la generación de nuestros hijos nos harán analfabetos tecnológicos si no sabemos ir a su ritmo, si no sabemos encontrar un equilibrio entre poner en valor lo que sabemos hacer, y desaprenderlo para adaptarnos a los nuevos tiempos.
Adiós al grado que da la experiencia y bienvenido el grado que da la adaptabilidad, la capacidad de abrazar nuevas formas de hacer. Hace años llegué a mi segundo trabajo en pleno proceso de cambio informático. Mi compañero, que llevaba allí doce años, aprendió el nuevo sistema operativo al tiempo que yo lo hacía. Su experiencia acumulada tan sólo le sirvió para contarme cada día cómo eran las cosas antes. Pero cuanto más lo recordaba, más enfadado estaba. Y yo estaba encantando, porque en muy poco tiempo conseguí que tuviera que preguntarme cada día dónde encontrar las diferentes aplicaciones que usábamos. Por primera vez entendí que esto iba de adaptarse o quedarse atrás, de "leer las nuevas reglas del partido" antes que el de al lado, si quería al menos estar a la altura.
Igual que pasa con un servicio o producto, en los tiempos que corren ya no sirve sólo con cumplir las expectativas. El valor percibido es lo conseguido menos lo esperado. Si consigues lo mismo que esperas, el valor percibido es cero. Sólo si lo que puedes hacer es superar ampliamente las expectativas, tu producto o servicio será considerado excelente, y serás recordado y comprado. Sólo si eres capaz de adaptarte rápidamente al entorno, antes que los demás, y por encima de los estándares que se esperan, serás útil para las empresas o los mercados en los que quieras competir.
Y para eso hay que dejar de lado las viejas formas de hacer. Hay que abandonar lo que aprendimos para poder llegar hasta aquí, dar las gracias a esa forma de hacer, y echarnos en los brazos de los nuevos tiempos, de las nuevas tendencias, de lo que está llegando a toda velocidad desde todas las partes del mundo. Hace años buscábamos las mejores prácticas en el vecino de al lado. Hoy nos llegan desde todo el mundo.
¿Para qué nos sirven las canas entonces? Escribir estas notas con algunas canas en la sien podría parecer contradictorio. Podría parecer que sólo lo nuevo, lo que está por llegar, nos sirve. Podría dar a entender que la experiencia que nos ha traído hasta aquí no nos va a ser de utilidad. Nada más lejos de mi intención. Sólo digo que ya no es suficiente. Qué no podemos escudarnos en ella para no "escuchar" al tren que está llegando a toda velocidad. La experiencia, ese grado que te otorgaba la vida por haber resuelto situaciones complejas y difíciles en el pasado, nos es poco útil en los problemas del presente en ocasiones. Los cambios de paradigmas tienen estas cosas. Si yo aparezco en París con mi mapa de Madrid, con el que me he guiado por esa ciudad durante años, me va a servir de poco. Por muy bien que lo manejara, por muy experto en situarme en distintos puntos de la ciudad que fuera. No es sólo que estamos en una ciudad distinta, sino que tenemos a miles de "iguales" con GPS que se orientan mucho mejor. La ventaja que me otorgaba en otro tiempo conocer Madrid de maravilla, ahora me sirve de poco con las nuevas reglas. Aunque no hubiésemos cambiado de ciudad, la ventaja que me aporta la experiencia de conocer Madrid al dedillo, hoy ya no es definitiva frente a quien se sirve de los nuevos tiempos. Es posible que me ahorre minutos por conocer una contradirección que no recoge el GPS, pero esa es la única ventaja. Ya no es diferencial.
Lo primero que tiene que empezar a cambiar ya, eso sí que no es una opción a mi juicio, es la forma de enseñar a nuestros hijos. Antes el conocimiento sólo estaba en gruesos tomos en las bibliotecas, y en la personal interpretación que de ellos hacían los sabios profesores que nos los enseñaban. Por eso nosotros estudiábamos para llevar en el cerebro la mayor parte de estos datos posibles. Para eso nos estudiábamos las cosas "de memoria". Hoy, todo el conocimiento lo llevamos en el bolsillo. Lo tenemos desde cualquier lugar a golpe de pulgar en cualquier Smartphone. Si esto es así, ¿porque no aprender a descifrar ese conocimiento en lugar de seguir estudiando de memoria cosas que volcar en un examen sin conocer su sentido? Hoy los niños recitan lo que les han dicho que se aprendan, y cuando les preguntas por el significado se encojen de hombros. Vamos, como hacíamos nosotros. Sé que es un punto de vista muy particular, que no ha de coincidir con lo que todo el mundo piense, pero a mí me da mucha pena que el mundo esté cambiando a una velocidad increíble, y que sigamos enseñando a nuestros hijos como nos enseñaron a nosotros.
Por eso, si mi conocimiento, si mi experiencia tuviera cara y ojos, debería poder sentarme ante ella y decirle muy seriamente: "Gracias por traerme hasta aquí. En los tiempos que corren, he de acercarme a nuevas experiencias, a nuevas formas de hacer, he de abrazarme a ellas para seguir el camino que aún tengo por delante. Gracias sinceras, muchas gracias por los años que hemos estado juntos. Seguro que me serás útil en ocasiones, pero en adelante no vas a ser mi única acompañante".
Jose Sáenz de Santa María Pombo
Magnifico artículo con el que estoy en línea. La experiencia sólo es un grado si nos aporta la sabiduría de ser capaces de escuchar atentamente, y adaptarnos a los cambios. La experiencia es tolerancia, es humildad, es capacidad de entender otras formas de hacer, es amor por aprender y mejorar.
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