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La mente de los justos

La mente de los justos

 

A finales de 2012 el presidente de Estados Unidos, Barak Obama, fue reelegido para un segundo mandato. Ganó las elecciones ante el candidato republicano, el mormón Mitt Romney, pero no fue una victoria dulce. Con el recuento de los votos aún caliente, su Gobierno debía hacer frente a un nuevo “abismo fiscal”. Este recorte automático del gasto público -acordado en 2011 en gran medida por la presión del Tea Party- suponía de nuevo un agrio enfrentamiento con la oposición, que ya había tratado de paralizar otras controvertidas medidas, como la reforma del sistema sanitario.

2012 no había sido tampoco un año fácil para EE. UU. fuera de sus fronteras. Con sus tropas aún atrapadas en la ratonera de Afganistán, la compleja recuperación de Irak y la primavera árabe dando sus últimos coletazos, su consulado en Bengasi fue asaltado por manifestantes indignados con la producción de un cortometraje americano que ridiculizaba a Mahoma.

La sólida polarización del mundo en dos grandes bloques durante la Guerra Fría parecía no estar dando paso al fin de la historia de Fukuyama, sino al choque de civilizaciones de Huntington. El enfrentamiento en Ucrania que estaba a pocos meses de estallar reforzaría las tesis de este autor, que ya lo había vaticinado en 1996.

Es en este contexto, en el que el psicólogo moral Jonathan Haidt publica su segundo libro, “La mente de los justos”, cuya traducción al castellano se ha hecho esperar demasiado. En él argumenta que “la moralidad es la extraordinaria capacidad humana que ha hecho posible la civilización” y que “la política y la religión son expresiones de nuestra psicología moral subyacente; la comprensión de esa psicología puede contribuir a unir a las personas”. Un libro con el que pretende “drenar algo del calor, la ira y la división que generan estos temas y reemplazarlos con el asombro, la sorpresa y la curiosidad”, que estructura en tres partes:

En la primera defiende que “las intuiciones morales surgen automáticamente y de manera casi instantánea, mucho antes de que un razonamiento moral haya tenido la oportunidad siquiera de formarse […] Si piensas que el razonamiento moral es algo que hacemos para encontrar la verdad, te sentirás frustrado. […] Pero si piensas acerca de los razonamientos morales como la habilidad para avanzar en nuestras agendas sociales, justificar nuestras acciones y defender los equipos a los que pertenecemos, entonces las cosas tendrán mucho sentido”.

Alejándose del tradicional enfoque filosófico para abordar los temas de moral, en la segunda parte Haidt justifica, a través de la evolución de nuestra especie, la aparición de seis elementos universales -“adaptaciones a amenazas y oportunidades de larga data en la vida social”-, presentes en toda matriz moral: el cuidado, la equidad, la lealtad, la autoridad, la santidad y la libertad. Cada uno de ellos surge para enfrentar un reto adaptativo, es activado por una serie de estímulos originales, y cada cultura los ha adecuado a su manera a los estímulos de la sociedad actual. La diferente importancia atribuida a estos seis elementos morales universales y los estímulos a los que los asocian, definen la matriz moral de cualquier cultura o persona.

En la tercera parte Haidt trata de dar respuesta al subtítulo del libro “Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata”, argumentando que “la moralidad une y ciega”. La naturaleza humana ha sido generada por la selección natural trabajando en dos niveles simultáneamente: compitiendo entre individuos, pero también compitiendo entre grupos, donde por lo general vencen los grupos más compactos y cooperativos. Es en este nivel de competición grupal donde “bajo determinadas circunstancias tenemos la habilidad de apagar nuestro lado interesado y comportarnos como […] abejas en una colmena y trabajar por el bien del grupo. […] Nuestra naturaleza de abeja facilita el altruismo, el heroísmo y también la guerra y el genocidio”.

Como indica al autor en la Introducción, “Nuestra mente justa ha permitido a los seres humanos, y no a otros animales, producir grandes grupos cooperativos, tribus y naciones sin el <<pegamento>> del parentesco. Y al mismo tiempo, nuestra mente justa ha garantizado que estos grupos cooperativos siempre estarán condenados a conflictos morales”.

El mundo ha cambiado desde el 2012, pero la polarización en nuestra “modernidad líquida” no ha hecho más que aumentar desde entonces, azuzada por el fenómeno de las fake-news, amenazando así los valores de la democracia. Ésta requiere de un ajuste fino en sus “checks & balances”, similar -como apuntó Haidt durante su conferencia en la Fundación Rafael del Pino- al de las veinticinco constantes físicas universales que hacen posible nuestro improbable universo.

Y para ese ajuste fino, para ese equilibrio de fuerzas en democracia, hace falta mejorar nuestra maltrecha capacidad de consenso, que es en definitiva lo que nos aporta este libro: la perspectiva para entendernos y para entender al contrario, creando así el espacio para el acuerdo.

En palabras de Haidt, “algún grado de conflicto entre grupos puede ser necesario para la salud y el desarrollo de cualquier sociedad. Cuando era un adolescente deseaba la paz mundial, pero ahora añoro un mundo en el que las ideologías opuestas estén en equilibrio, los sistemas de rendición de cuentas nos impidan salirnos con la nuestra más de la cuenta, y en el que menos gente crea que fines justos justifican medios violentos”

 

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