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Tiempos épicos (Artículo)

El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, ha asumido claramente que su legislatura tiene como principal objetivo reescribir la historia de España. A la zaga le van Artur Mas cuando quiere recuperar el tiempo perdido para Catalunya o Alberto Fabra en la Comunidad Valenciana cuando habla de reinventar la administración autonómica. Incluso PSOE e Izquierda Unida proponen treinta años después un nuevo tiempo para la izquierda en Andalucía. Izquierda y derecha gobernantes o en la oposición se han revestido de una toga épica, conscientes de que el nuevo paradigma supone un cambio estructural sobre cualquier tiempo pasado, que simplemente es anterior y lírico. Reformas y contrarreformas para modernizar España o dejarla con los vicios que arrastramos durante el siglo XX.

Cada tiempo un gobernante español  percibe la situación calamitosa en la que estamos y emprende la dura tarea de intentar que España funcione. Lo hizo Azaña y también lo anunciaron Felipe González y Alfonso Guerra. Y ahora le toca cumplir esa función a Mariano  Rajoy, en unos momentos políticos tan convulsos que tanto a las reformas propuestas desde la derecha como a las contrarreformas que defiende la izquierda podemos calificarlas como épicas. Por si fuera poco, la petición del perdón real, la expropiación peronista de YPF, las hazañas de Evo Morales, la confusión europea, los cambios en Francia y  hasta la dimisión de Guardiola, le dan al escenario español un carácter tragicómico, repleto de actores secundarios que se resisten a hacer mutis por el foro (sindicatos, periodistas, banqueros fracasados…).

Una épica que se extiende a toda la sociedad. Porque en la empresa se está librando la gran batalla entre el modelo económico de los últimos veinte años, seducido por el crédito, el dinero fácil, la inversión de los fondos europeos  y la explotación de recursos naturales (suelo, agua, sol…) y la apuesta por una nueva empresa  que atienda a unos parámetros globalizadores. Bancos y cajas renquean intentando salvarse y salvar a miles empresas contaminadas por el ladrillo. Pero todos sabemos que es imposible, porque esta argucia contable arrastra la mentira más allá de la prudencia. Y, sobre todo, limita las posibilidades de otra propuesta económica real.

Aunque el momento épico es inexcusable. La nacionalización de las acciones de Bankia y las exigencias de solvencia para el sistema financiero español, introducen un camino sin retorno para el modelo económico. Por encima de los grandes errores de gestión (la gran dependencia política de bancos y cajas) y el alto riesgo asumido con el ladrillo, el sistema financiero español optó hace años por una banca de proximidad, presencial y patrimonial. Si querías trabajar con un banco o una caja tenías que conocer al director de la sucursal (o más arriba), avalar tu riesgo con patrimonio y firmar mil papeles. La burbuja inmobiliaria se lleva por delante ese modelo, a favor de una banca digital, sin tantas sucursales y con el know how como aval para el negocio.

Levantar las alfombras bancarias es un momento épico, porque épica es la situación financiera de este país y épicos van a ser los resultados de la reforma financiera tan esperada. Sistémicos. Además de mutar la banca va a cambiar el tejido económico, porque los restos del imperio inmobiliario fenecerá cuando los bancos no quieran ni puedan refinanciar sus activos tóxicos, hasta ahora maquillados en la contabilidad, sin relación alguna con sus precios en el mercado. Asistimos al fin de una época que se prolonga a base de engañar los balances propios y las auditorias bancarias. Todo un gran momento épico con grandes males pero con mayores remedios. No hay vuelta atrás.

Pero esto es una condición épica que parte de la sociedad se niega a reconocer, aunque muchos valoremos que hay que llegar al fondo de la piscina para impulsarse hacia la superficie. La reforma empresarial es una reforma estructural  todavía más épica que la sistémica, porque además no se puede hacer por decreto. El tejido industrial y de servicios español entró en barrena hace años, aunque nadie lo percibió porque nuestro PIB y las cifras de empleo estaban maquilladas por la construcción y un turismo barato que dejaba dinero comprando apartamentos. Desaparecida la construcción y la obra pública financiada por la UE, aparecen los seis millones de parados. El gran sector turístico resulta que solo deja entre diez y quince euros por noche y cama, con lo que no se paga ni la limpieza de las playas. Hay una tarea épica por hacer reconstruyendo el tejido empresarial, sin el que será imposible crear empleo. La competitividad está en el eje de toda esta tarea.

Como toda tarea épica se juega a base de emociones, de manera que llega un momento en el que se confunde el cambio estructural que hace falta con la ambición del político o la necesaria ocupación del poder a la que aspira cualquier partido. Lo que ocurre es que la política española sostiene una paradoja de tal calibre que es la derecha quien impulsa las reformas estructurales, mientras la izquierda enarbola la bandera de la contrarreforma para que todo siga igual, como si el modelo pasado ofreciera un buen balance (cinco millones de parados, fracaso escolar, burbuja inmobiliaria, administración ineficaz…). El pasado, una vez más, simplemente fue anterior. Pero convertido en un mantra abre la posibilidad de ser utilizado como arma de guerra. Al "No a la Guerra" y al "Nunca Mais" le siguen ahora el "No a las reformas", como si este desbarajuste que vivimos fuera producto de las decisiones reformistas. Como en cualquier momento épico, siempre es fácil olvidar cómo y por qué arrancó esta cruzada. Algunos vocean a Tomasi de Lampedusa.

Y en este momento hay que recordar que frente a la necesaria modernización de toda nuestra estructura social y productiva aparecen derechos materiales como la receta médica, el número de universidades por habitante o que la comida de los hospitales sea gestionada por funcionarios. El estado del bien-tener se ha apoderado del estado del bien-estar. La agenda setting está controlada por supuestos derechos del pasado, por el derecho al gasto y no por el disfrute del bienestar. Quizá también porque los medios de comunicación tradicionales, perdida su cartera comercial y la influencia pública, están librando una batalla por el poder, como si en ello les fuera la subsistencia. Vuelven el Estatuto de los Trabajadores, las propuestas contenidas en el Fuero de los Españoles o el modelo de crecimiento económico tardofranquista como argumentos épicos contra la épica reformista. Curiosamente, la derecha española se ha vuelto erasmista, moderada, frente a una izquierda cristiana, conservadora de cualquier tiempo pasado. La melancolía frente al riesgo. Y ese argumento está todos días en los titulares que controlan la agenda.

Pero además resulta que los políticos españoles no saben funcionar sin un exceso de gasto. Lo que resulta costoso de implantar de las reformas estructurales en cualquier área es la renuncia al gasto; no importa si este gasto es necesario, suntuario o ineficaz o genera otros gastos. Lo importante es mantener el concepto en el capítulo uno o en la dotación inversora. Este formato es tan incompatible con la modernización de España que en lugar de ajustar la enseñanza al proceso se prefiere mantener la educación conceptual por el mero hecho de defender el gasto. Los ingresos ya es otra harina; nadie es capaz de fijar variables confiables, tal es la debilidad de la hacienda española, por no hablar de la autonómica o municipal. Incluso hay quienes apuestan desde la izquierda por el crecimiento y predican las contrarreformas sin aclarar de dónde van a sacar el dinero para fomentar el crecimiento sin disponer de la máquina de fabricar billetes, como en su momento hicieron Miguel Boyer y Carlos Solchaga. Max Weber les diría que purgan su formación cristiana. Y en el caso de la Izquierda Unida, su misión redentora. De ahí que el PP haya asumido la tarea épica de realizar con mejor o peor tino la misión de los grandes cambios aplazados durante años para conseguir que España funcione, mientras la izquierda defiende la herencia. A Rubalcaba cualquier día se le escapa que con Zapatero vivíamos mejor. Los nacionalistas catalanes y vascos cumplen simplemente su papel acompañante como partidos conservadores y son más reformistas que el PP. Todo muy épico, como las movilizaciones contra las soluciones como nunca las hubo contra los problemas. La cruzada no se libra para combatir al hereje, sino para conquistar la Moncloa. Una épica de sainete.

Por eso al margen de que las soluciones sean más o menos efectivas, todo se rodea de ese carácter épico. Rajoy quiere cumplir su tarea ante la historia y Rubalcaba encuentra en la tensión la cuarta vía para la socialdemocracia. La cuestión no es que España funcione, sino desgastar al enemigo para que convoque elecciones anticipadas y corra otro turno. Las bases del PSOE quieren venganza, como antes las querían las del PP. Por eso este socialismo de salón no lanza ni una mirada a los consejos más áuricos que le indican que la hegemonía perdida solo se recupera desde una nueva posición ideológica, que como dice Carlos Mulas-Granados (director de la Fundación Ideas), se consiguen incorporando nuevos valores, modernizando el programa y ampliando el campo de acción. El rencor puede más que la ideología, no hay sino que seguir la actualidad española a través de los medios de comunicación al uso.

Lo mejor es que además de toda esta parafernalia épica en España está pasando otra cosa tanto o más importante que la crisis y sus consecuencias sistémicas. Hemos pasado de una sociedad vertical a una sociedad horizontal, interconectada, con estructuras planas y flexibles. Los partidos políticos al uso, las estructuras laborales, sindicales o empresariales, el propio BOE y hasta la universidad y la escuela se están quedando descolgados a la carrera de la sociedad, que se comunica con otro lenguaje y otros medios, no necesariamente las consabidas redes sociales, que también. El mejor ejemplo de lo ocurrido es la frase de perdón del Rey Juan Carlos tras su cacería de elefantes. Fueron Facebook y/o Twitter o la presión familiar las que forzaron la humildad real. Pero está claro que no fueron ni los medios de comunicación al uso, ni el gobierno, ni la oposición. Algo está cambiando de tal manera y a tanta velocidad que el cambio reviste un carácter épico.

 

Adjunto
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